7.6.11

CATORCE

    Mi primera misión fue un suceso. Se trataba de entrometernos en un Campamento de Avanzada de la Alianza, cortar sus suministros y robar catorce documentos que al día siguiente debían viajar a caballo a Hesperia. Esos documentos otorgaban poder a un tal Mersault de Ibacache, y lo hacía dueño de esta zona y de sus respectivos habitantes. Entreazulado era una región históricamente reconocida por su independencia y alejamiento de las políticas aliadas, funcionaba cerrada y lograba mantenerse al margen. Pero desde hacía un tiempo que se venía gestando una forma para tomar el poder de aquel bastión que manchaba la hegemonía por la vía legal. Finalmente las autoridades concordaron que Entreazulado estaba dentro del rango de las tierras que habían sido feudo de Nastar de Ibacache. Su nieto, por tanto, heredaría la ciudad. Nada debía cambiar; sólo habría un terrateniente al cual pagar impuestos. Pero en realidad era una forma de introducir políticas aliadas a la ciudad, además de destruir ese reducto que podría servir de mal ejemplo para las comunidades colindantes.
    Así que llegamos de noche y nos introdujimos un grupo de cinco en las dependencias de aquel campamento, que estaba allí para capturar Indóciles, tal como aquel al que me llevaron por vez primera. Ambos proyectos, el del campamento y el de los documentos, debían ser saboteados.
    Llevamos a cabo la misión sin mayores contratiempos. Saliéndome un poco del protocolo establecido por Valente, me introduje en las guarniciones y robé un traje de interno. Así, disfrazado, me fue fácil acceder al cubículo en dónde se guardaban los papeles; me agazapé en la oscuridad y esperé a que el mensajero llegara. Cuando el reloj Suizano marcaba las 4:59; y el primer rayo de sol se asomó por detrás de las montañas, un chico entró al cubículo y abrió la caja fuerte.
    Nunca supo qué lo golpeó.
    A las 5:01, otro chico, conocido por ustedes como Lancelot; abandonó el cubículo con los documentos. Nadie hizo amago de detenerlo: su misión era primera prioridad. El resto de mi grupo, entretanto, había robado gran parte de las provisiones del aquel puesto, para sumarlas a las propias. Otro grupo de nosotros, tres kilómetros al norte, bloqueaban los caminos con una barricada de piedras para impedir el avance de los muleros que llevaban suministros.
    Cien por ciento de efectividad, y felicitaciones por mi creatividad. Así fui definitivamente aceptado por los Cóndores, y sobre todo, por Valente.
    Al principio no me di cuenta, porque lo hacía inconscientemente. Pero luego noté que disfrutaba de ello: desobedecer deliberadamente a Valente, obteniendo similares o quizás mejores resultados. ¿Por qué lo hacía? ¿Para desestimarlo como líder? ¿Para humillarlo? ¿O sólo lo hacía por fastidiar? No lo sé; ahora no estoy seguro. Pero lo cierto es que aquello provocó dos cosas: Por un lado, que la aparente indiferencia de Valente hacia mi persona pronto se volcara en antipatía y en desprecio; y por otro, que el grupo pronto comenzó a reconocer mi potencial como líder. Y en medio de aquel grupo se encontraba Pandora.
    Ahora bien, mi relación con Valente nunca fue mala, o al menos, no en un principio. Si bien yo no tenía nada en contra de él, tampoco tenía nada a su favor. Él, por su parte, no se mostró muy interesado en mí. Su apatía hacia mi surgió con el tiempo, pero en un principio fue bastante objetivo con el "novato". Creo que al igual que Matius, el sólo me veía como un número, como una pieza que podía resultarle útil en su juego de ajedrez en contra de la Alianza. Pero el peón quería ser rey.
    Aunque también vale decir que no todo fue color de rosa. Y una figura fundamental en este periodo de mi historia es Cazaux.
    Cazaux era mucho mejor guerrero que yo; y es el verdadero protagonista de muchas de las gestas que de mí se cuentan. La historia lo ha relegado a un inmerecido segundo plano, vivir a mi sombra no es lo que una figura cómo él debería tener reservado. Hoy aquí lo reivindico, porque recordar es también una forma de hacer justicia.
    Ya en la tercera o cuarta misión comencé tener problemas en el combate cuerpo a cuerpo. Uno sólo puede confiar hasta cierto punto en sus instintos; a partir de cierto límite requieres además técnica. Cazaux me enseño a luchar con la espada y la ballesta, me enseño a golpear lo menos posible, lo más eficientemente.
    Me dijo que el combate debía ser como el ajedrez: dependía de la cantidad de movimientos que podías prevenir y adelantar a tu contrincante. Así aprendí a luchar y me convertí en el Campeón de los cuentos. Yo nunca supe ocupar armas, cuando mi lof fue incendiado aún no estaba en edad de manejar una lanza. Por lo demás, mi clan era bastante reacio a usar algo más que la fuerza bruta para defenderse. A todo esto, quisiera mencionar que el nuestro no era el único grupo dedicado a la destrucción de la Alianza y el desmembramiento de sus poderes, si no que formábamos parte de un grupo aún mayor, conformado por organizaciones paramilitares, médicas, culturales y de soportes varios tales como Hijos de Quiltrón; Amigos del Águila; Santos Cazadores; Axalotl, entre muchos otros. Para coordinar trabajos con ellos muchas veces Valente debía ausentarse por hasta dos meses, partiendo en jornadas que solía realizar solo para resguardar al resto del grupo. Entonces dejaba a cargo a Lex, con quién yo si me llevaba bien. Y no mentiré: pese a que  muchas veces acaricié la posibilidad de acercarme a Pandora, en la realidad nunca aproveché estas ausencias de Valente para nada, fui bastante cobarde y tímido, además que había ocasiones en que nuestro líder se hacía acompañar por su mujer. Entonces yo me quedaba rasgando la tierra, y soñando con la Madre Noche.
    Así que las operaciones de guerrilla continuaron su curso y yo medí mis fuerzas con Cazaux incontables veces bajo el cielo de Entreazulado. Hasta que ocurrió el Evento Rausten. Allí, las misiones, la vida cotidiana, en fin, la rutina amablemente depositada sobre nosotros rompió su tensión y se derramo por todos lados.
    Fue unos tres días después de Ramos; un día perezoso en que nos hallábamos compartiendo un poco de mate en una choza que teníamos de apoyo en Ofidia, que usábamos de puesto de avanzada. Éramos cinco: Libra, Artillero, Rey, Isaac y yo, en total, tres hombres y dos mujeres. Debíamos vigilar la posible llegada de un destacamento militar ordenado para asolar las tierras del Este, las revueltas insurrectas proliferaban gracias a nuestro trabajo y la Alianza reprimía en nombre del Orden. Uno de nuestros gusanos infiltrados nos proveyó de información útil: al parecer llegarían refuerzos a la Zona de Ofidia, para preparar un asedio en contra de Valpuerto. La Ciudadela porteña, de dónde era oriundo Cazaux, era el foco de resistencia que con mayor violencia se había opuesto al régimen. Ya habían derrocado a tres Cardenales y habían comenzado un gobierno transversal y comunitario que serviría de ejemplo a otras ciudadelas. Por lo tanto, el concejo de Duques y el Archipapa habían comenzado un movimiento de contrarrevolución que partiría con esta ciudad estratégica, y continuaría al parecer con la independiente Entreazulado.
    Nunca pensamos qué clase de refuerzo sería.
    Arrasó nuestra casa en una sola barrida, y fue por accidente. Volamos todos por las aires y durante unos segundos no comprendimos que sucedió. Entonces caímos al suelo y le vimos de frente.
    Yo sólo había oído hablar de ellos en leyendas, y dudaba de su veracidad. En San Linus corrían rumores de que en una Isla del Norte, Santa Vaudelaire, se ubicaba una granja dónde crecían y se multiplicaban.
    Un Ouroboros. Una Salamandra Gigante. Voraz, llena de dientes, inmune al fuego y al acero; su piel respiraba y expelía humos, sus ojos, vacíos, no necesitaban ver en la oscuridad.
    El Dragón de la Leyenda.
    Mis compañeros se levantaron. Todos estaban dispuestos, listos para la batalla.
    Fue justo así cómo murieron.

1 comentario:

S.H.G dijo...

Comoque te empezasdte a caer pero te levamntaste con el dragón!!