6.5.11

ONCE


    Corríamos a través de la lluvia, y tras nosotros una horda de antorchas se alzaba a los pies de la colina. San Linus gritaba un grito de agonía: el reverendo Matius había muerto.
    Lo que acababa de presenciar había sido grotesco y de algún modo hermoso. NO había entendido ni la mitad pero sabía que había algo innecesariamente retorcido en todo eso.

- Al fin.
    El primero en hablar fue Matius. La sala de estudias parecía más tranquila y limpia de lo habitual, pero una especia de mugre invisible, una especie de desgano o desazón había cunierto todo con una fina película que parecía imborrable.
    Patético; Cazaux lloraba.
- No sabes toda la mierda que he tenido que tragar para llegar hasta acá, Matius. No sabes todo lo que tenido que hacer. ¿Crees que te voy a perdonar? ¿A perdonar el hecho de que me recibas tranquilo, sonriente? ¿A que aceptes la muerte y hasta la esperes, cómo si la merecieras? La muerte es demsiado buena para ti, Matius, demaisado simple y piadosa, pero no se me ocurre nada más, porque no puedo dejart que sigas viviendo. Pero te lo prometo: el infierno te parecera el cielo después de lo que te voy a hacer.

    Matius, en silencio. Seguía impasible como un ente celestial, de otro mundo, forjado frío cómo el hierro. Pero sus ojos de azul invernal parecían derretirse poco a poco. Un indecible dolor se acumulaba en ellos: sabía que lo torturarían, y sabía que no era ni la milesima parte de lo que merecía.

- Estoy cansado. Todos estos años... dudando, preguntandome el por qué las cosas fueron así, atormentado, indeciso, maldito por el mundo. ¿Por qué me hice mercenario? ¿Por qué mandé a la mierda el negocio familiar? Porque era tu obra, tu lo construiste, usando a mi padre y a mi como tus titeres cuando ese mestizo de mierda te cuidaba... nosotros creiamos en tu inocencia infantil, pero ahora veo muy claro que estás podrido desde tu nacimiento. Estoy harto de hacer las cosas que tu quieres, estoy harto de tener que seguir tus ordenes... y ahora que porfin me he resuelto a matarte me miras así, cómo si tu lo hubieras decidido, cómo si esto no fuera si no otra más de tus ordenes. Pues ¿te digo algo? No es así. Es mi desición, deja de hacerlo, grita. ¡Grita, hijo de puta! ¡Implora piedad! ¡NO te quedes ahí mirando, no lo hagas! ¡Pideme perdón, bastardo de mierda! ¡PÍDEME PERDÓN!

    ...Y mientras decía esto había comenzado a golpearlo, a descuartizarlo con sus propias manos, a arrancarle las entrañas y a meterselas por la boca, a un hundirle los dedos en el ojo derecho y revolverlo, a cortarle las piernas. Y Matius no hacía nada. Sólo lloraba y aceptaba la muerte, la muerte que el mismo había decidido hace años, la muerte que no había evitado pudiendo hacerlo. La muerte con la que se despedía, liberaba y en cierto modo condenaba a Cazaux.

- ... Era mi hermano.

    Cuando Cazaux me lo contó, tiempo después, quedé en shock. Este es el "cuento" completo.

    La historia oficial era que el padre de Matius había muerto de cacería, y su madre, en el parto. Al menos eso fue lo que le dijo Cahuache a Matius cuando éste preguntó. Cahuache, fiel sirviente de L'erain, que en esa éopca no era más que un aristocrata de Valpuerto venido a menos, un inmigrante de Hiperborea que se había farreado todas sus oportunidades, y sólo tenía un apellido consigo. Ese apellido lo mantenía de cuando en cuando en reuniones sociales; o viajando para vsitar algún "socio"... Pero su estabilidad podía romperse en cualquier momento. Por eso se casó con la viuda Leika, hija del cacique Lipai y dueña de una gran fortuna, capital con el cual comenzó un negocio. Nadie podía enterarse de sus relaciones ilegitimas, estando ya casado, con una pueblerina. Esta fue asesinada, y el hijo entregado al cuidado del mestizo Cahuache.
    Nunca entrometerse. Sólo una pregunta.
 "¿Niño o niña?"
 "Ni lo uno ni lo otro, mi señor"
    Por alguna razón le odió. Siempre le odió, odió el hecho de que existiera, odió ser el padre de aquel ser ambiguo, que por alguna razón parecía más maduro que él y que cualquiera de sus trabajadores. Iba a la fabrica de fusiles y observaba la fragua cuando sólo tenía cinco años. Habló un par de veces con L'erain, a quién llamaba "Señor", desde el amparo de su inocencia infantil hizo un par de observaciones, dejó entrever un par de consejos. L'erain los siguió como poseido por una fuerza inhumana a la que no podía contradecir. Sus ganancias se multiplicaron, se volvio redituable y conocido. Pero no era feliz, porque ese dinero se lo debía a la perspicacía de un niño, de una niña.
    Le molestaba verlo jugar con sus otros hijos, le molestaba que se hiciera amigo de Cazaux, que heredaría el negocio y la fortuna, que heredaría el nombre L'erain.
    Cuando Matius se volvió clérigo supo que llegaría lejos mientras no lo descubrieran. Las habilidades innatas del niño lo convertirían algún día en Arzobispo Regional, quién sabe, en Archipapa. Lo extorsionó y ganó dinero, pero, más imporatante que eso, se deleitó con el sufrimiento del otro. Deseaba manipularlo, no ser manipulado. Su patetismo lo llevó un día a la muerte, cuando una sola lágrima corrió por su mejilla al reconocer su propia estupidez, antes de que el hierro atravezara su carne. Fue una ejecución limpia contra un traidor. Le acorralaron en el despacho y lo amenazaron con los sables antes de matarlo ¿Algo que declarar?
    Nunca entrometerse. Sólo una frase.
 "Diganle a Matius... que cuide a su hermano Cazaux"

    Debí acostumbrame a Cazux aunque el no acep'taba del todo mi compañía. Esperaba seguir el viaje solo. Cuando por fin pudimos parar a hacer un descanso, en el bosque, le expliqué mi situación.
- Así que tu también eras un peón en su juego.
    Pero después ya no habló, y quedó expresado de forma tácita que seríamos compañeros.
    Cazaux era mercenario, pero primero era cazador. Perseguía bestias y las capturaba o eliminaba según fuera el encargo. Las cicatrices de su rostro eran rectas, del mismo largo y paralelas. El zarpazo de alguna presa rebelde.
- Viajaremos juntos hasta Travesía, de todos modos, nos conviene más que ir solos. Después de eso podemos separarnos, si bien tengo entendido, debes ir a Sabuesos.
- Así es. ¿A dónde piensas ir tu ahora?
- A Entreazulado, a reunirme con unos amigos. Tengo una misión que cumplir, así que será bueno acuartelarme con ellos.

    Quedó decidido que seríamos compañeros de viaje por un tiempo extremadamente breve. Tan breve, quizás, cómo el que yo planeaba pasar en la Catedral de San Linus.
    La Zona de Malpaso es montañosa y plagada de árboles plenos de sotobosque; se extiende desde San Linus hacia el Este en un terreno irregular y hostil. A pesar de todo, se habían logrado abrir un par de caminos entre la espesura por dónde cruzaban los cargamentos encargados de llevar los frutos del comercio con ultramar. Esto había vuelto la zona peligrosa, pues al terreno se le sumaba la dificultad de evadir a los bandidos del camino. Por ello era recomendable no viajar solo por esos lares, pues en cualquier momento una emboscada podía dejar tu cuerpo olvidado al fondo de un barranco. Serían cuatro días de marcha si nada nos atrasaba.
    Nos adentramos en la espesura con lo puesto, esperando que la jornada no fuera demasiado mal afortunada.

    El primer día transcurrió sin percances, hacia la puesta de sol habíamos construido un refugio que nos aislara del piso y de sus insectos carnivoros.
    El segundo día sufrimos el primer delay: se largó a llover comos i el cielo vomitara sobre sus entrañas. Los aguaceros de Malpaso tiene la peor fama; debimos trepar hasta la copa de unos árboles para resguardarnos de los aluviones. Era imposible proseguir así. Aprovechamos ese día para guaradr fuerzas: el día siguiente iriamos a doble ritmo para recuperar el tiempo perdido.
    El tercer día fue cansador, pues nos adentramos en la zona más escarpada de Malpaso. Nada nos podía detener, así que apartamos ramas y descendimos riscos lodosos por el agua reciente, y no nos detuvimos en ningun momentoa descansar. Dos veces nos retrasamos: una, cuando debimos vadear un río que había crecido demasiado, y que nos hizo perder la ruta, otra, cuando nos enfrentamos a un par de Casuares. Los magnificos felinos estaban en época de apareamiento, me dijo Cazaux, señalando el collar de plumas que les crecía en rededor del cuello, lo que los volvía extremadamente agresivos y territoriales. Debimos esquivar a uno bordeando el rango de su olfato y sensación territorial, esto es, quinientos metros más o menos. Pero el segundo nos atacó y la batalla contra él nos hizo perder parte del tiempo que teníamos presupuestado. Cazaux le aplicó una llave al animal para calmarlo. Según él, sin trabajo no había necesidad de matarlo.
    Y al amanecer del cuarto día despertamos siendo apuntados con fusiles y corvos. La Banda de los Zúcares, más rápida que nosotros.

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