Le ví por primera vez en la Estación Central. Había llegao (decía haber llegado) en un tren desde Rancagua, para ver a un familiar suyo que se encontraba enfermo. Yo en esa época era un jóven entusiasta y crédulo. O sea, me había comprado el cuento de la UP y su Hoz y Martillo democraticas. Así que cuando se acercó a mi pidiendome ayuda para transportar sus maletas, no me negué. "Solidaridad, compañero" me dije pa' mis adentros. El caballero dijo llamarse Carlos Lastra, y animosamente, sin caer nunca en el abuso de confianza, comenzó a meterme conversa. Me habló de su sobrina a la que venía a ver, que estaba enferma de la gota en Santiago buscando tratamiento, pero hechaba de menos a su familia. Era amistoso y respetuoso, pero ya entonces yo sentí que habia algo... "diferente" en él. Sin embargo, no mentiré: se ganó mi confianza rápidamente, y cuando salimos de la Estación me ofrecí incluso a buscarle un hostal para que se quedará. Finalmente accedió a quedarse en casa de mi abuela, que por ese entonces arrendaba un cuarto, ya que esta quedaba cerca de la residencia de su sobrina. Ese fue el comienzo de una serie de sucesos que a veces me cuesta entender un poco.
Debo añadir que yo era, en ese entonces, además de un engrupido de la Tercera Vía, era un participante entuciasta de las obras de ficción. ¿Por qué, se dirán?¿Por qué si en esa época primaba lo social, lo autentico y real, si le habíamos diche "Sí se puede" a dos megapotencias, por qué alejarnos de un mundo material y tangible? Pues precisamente por eso: habíamos logrado, en una nación pobre y piñufla, lo que en ningún otro lado se había ni siquuiera concebido o imaginado. Habíamos hecho algo imposible: habíamos creado una nación socialista por vía democrática. Recuerdo con nostalgias aquellos años, cuando se sentía en las calles el olor a pólvora, a empana' de pino y a vino tinto: El sabor de la revolución. Si habíamos logrado algo imposible ¿Por qué no soñar más?¿Por qué no aceptabamos que todo es imposible hasta que alguien lo hace realidad? Viajes espaciales, civilizaciones perdidas, teconología híbrida, conocimientos revelados. Eso quería soñar yo. Y Aquel imaginario se nutrió, bebió con deleite y desesperación de la abundante copa de Carlos Lastra. Creo que llegó la hora de describirles un poco a este sujeto. Carlos Lastra era un hombre regordete, de unos cincuenta años, de cabello completamente blanco peinado hacia atrás, de rostro afeitado y con un tenue olor a colonia barata en la ropa. Vestía sobriamente con camisas y pantalones de tela poro jamás le ví coin corbata, así que tampoco creo que haya sido demasiado burgués. No compartía mis ideales políticos pero tampoco era contrario a ellos. Parecía vivir su vida indiferente a la revolución del país, muy distraído, o quizás concentrado en cosas que nadie más parecía tomar en cuenta. Veíamos juntos los discursos políticos de Compañero Presidente o de sus colaboradores, y comenzé a notar, con el tiempo, que Don Lastra parecía revisar cada palabra de lo que se decía en ellos, como si buscara alguna pieza inconexa o faltante. A veces, al concluir los discursos, sonreía, y se retiraba feliz a sus aposentos. Pero otras veces negaba con la cabeza y entonces era díficil sacarlo de ensimismamiento. Pero todo esto no son si no detalles que yo notaba a penas, preocupado de cambiar el mundo en una revolución social, política e intelectual.
Un día Don Lastra fue hasta mi casa para pedirme ayuda con un a carga que le había llegado desde Iquique, y me encontró leyendo Los Altísimos. Le sorprendió que me interesara en fantasmagorías como aquella, pero lejos de disgustarse se srprendió y comenzó a hablarme de un modo distinto al habitual.
- Muy bien, Julio. Me llama la atenciónj que un jóven revolucionario como tu lea este tipo de cosas.
- Me gusta mucho la fantasía de este hombre. Es un visionario, se lo digo yo. Yo lo hace en Chile, en dónde todo se puede.
- ...
- ¿Se imagina usted? El futuro puede ser así, es más: será así. Se lo aseguro.
- Quizás te estás adelantando demasiado, Julio. Según mi punto de vista, Correa es interesante,si, pero carece de detalles que justifiquen su visión. Su fantasía se aleja mucho de nosotros, en lugar de adentarrse en nuestro ser. Si quieres leer algo bueno de Chile te recomiendo Alsino.
- ¿Alsino?
- De Pedro Prado. Un viaje, Julio. Dónde nada es imposible. Volar. Creer. Viajar...
- No lo sé, esa literatura me parece densa.
- Dale una oportunidad. Una para nuevas ideas: Wells, Borges, Lovecraft, Bradury, Baradit...
Hablamos toda una tarde, pero yo estaba condenado a perder esa discusión. Sin embargo, a partir de entonces mi cercanía con Don Lastra se hizo aún más estrecha, y pude oír de él historias extrañisimas, fabulosas, increíbles, sacadas de un imaginario tan nutrido que a veces me dejaba tentar por la idea de que aquellos hechos debían ser reales, porque ninguna mente humana podría haber inventado tantas cosas.
Noche tras noche, durante todo un año, oí las interminables historias. Hay un mundo paralelo al nuestro, similar a la Tierra en algunos aspectos, pero de ningún modo igual a ella, porque esta es una tierra mágica, el Kunturmapu, donde la magia de nustra gente aún no se extingue, y poco a poco me fui enterando de su historia retorcida y de su geografía imposible. Supe de Neojerusalén en el año 67, porque el mundo quedó destruído y hubo que comenzara contar de nuevo. Supe de Sephirot, la ciudad primigenia donde nació la primera guerra que liberó todo, para llevarnos a un lugar donde no hay ni arriba ni abajo. Ví con exactitud al jóven que caminará en ochenta años por las desiertas calles de Santiago, en el preciso instante en que las bombas atómicas detonan sobre su cabeza. Conocí la historia del Inhumano, del Mestizo Sigfried que debió ser criado por Linko Nahuel, de cómo murieron los Grandes Héroes de la Tierra y cómo de a poco José Alejandro Lircay reformó las Tropas del Sol, para encabezar como Toqui Esmeralda el último asalto desde el Melimoyu, el día de la Guerra Final. Supe que en tres milenios, más o menos, Alexander Delacroix redescubrirá la tecnología más simple del final de nuestro siglo, y le dará un uso incorrecto y Torcido. Vi que San Ciego nacerá en las ruinas de Tokio y viajará hasta Santa Imperatriz para fundar los Aukenk. Me enteré que cuando dejemos de contar los años la troupè de Adam recorrerá la tierra contando historias, y que seiscientos años despues Cleomenes de Samético hayará los manuscritos apócrifos del Biocore. Vi el proyecto Babilonia en el año 2036, vi a los niños explotar desde adentro en un otoño sangriento, hablé con Tep antes de abandonar Tloxoc, escuché la cronica fidedigna de como Roberto Rubio fue llevado al centro de la tierra por deidades extraterrestres, leí el final de esta historia, y, a través de los relatos de Lastra, me enteré de un sinnúmero de historias más que me es imposible recordar en este momento, y que espero poder escribir algún día.
Mi cabeza bullía con la información que contaminaba mi cerebro, pero entre toda la niebla sólo podía distinguir un par de cosas: uno, que me iba a volver loco si seguí así. Dos, que después de la primera vez, Don Lastra no había mostrado gran interés en verla y se había dedicadoa visitara gente y recibir encomiendas, lo que me decía que su interés real en el asunto era puramente estratégico, y que sus reales intenciones eran otras. Entre la gente que visitó, puedo contar a Miguel Serrano, que hasta el día de hoy me causa asco y repugnancia. Otro detalle extraño, que no lograba entender, es que el escritor nombrado por Lastra, Jorge Baradit, no existía. Al menos, yo no lo hallaba por ningún lado, y al único que pude encontarr bajo ese nombre en el registro civil, fue a un niño de tres años. Ahora lo veo todo claro, y me siento imbécil, pero entre tanta tontera, al pasar de los años, no me dí cuenta de lo que iba a suceder.
Tiempo, esa es la palabra clave.
Cuando fui a increpar a Carlos Lastra, me lo encontre arrodillado. Alguien lo había apuñalado. Logré ver a la persona que lo había herido, pero por alguna razón, mi mente no logra retener la imagen en la memoria. Cuando via Don Lastra tirado allí, olvidé todas mis paranoias y corrí a socorerlo, mal que mal, era mi amigo, mi compadre. Pero el, respirando con dificultad, no presto atencion a su herido, si no al hecho de estar imposibilitado. Una vez más, concentrado en cosas que a nadie más importaban.
-Julio...
Debí verlo venir. Debí prever el final.
-¿Qué pasa?
- Julio... ¿Qué fecha es?
Mierda
- Nueve de Septiembre de mil novecientos setenta y tres, don.
-Tan cerca...
Allí murió, en mis brazos, y días después el Golpe nos despertó bruscamente de nuestro sueño. Su nombre nunca fue Carlos Lastra Riquelme, y no sé de dónde vino. No tenía carnet ni seguro ni vivienda. Su "sobrina" desapareció semanas antes. Así que no sé como concluir esta historia. Pero hay algo que quedó grabado en mi mente: sus últimas palabras, que expresaban la frustración de un viajero que no ha logrado alterar el curso de los acontecimientos.
1 comentario:
Excelente relato, pero no me gustó que hayas colocado a Baradit a la altura de Borges o Lovecraft. Él puede ser un pionero en un género, pero no es un muy buen escritor. Lo otro: Maricón, presta Los Altísimos!!!
En fin, me gustaron las referencias, tiene harta pinta de Borgeano (me gusta eso) pero como a veces se pierde y te vas a otro lado. Sigue así.
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