17.10.09

Un Corazón plagado de Sentimientos Deformes


El profesor siempre me había dado la impresión de ser una mopa recién usada por el más sórdido de los auxiliares. Su rostro arrugado, lleno de pliegues producto de los años y los excesos en la comida y el alcohol lo volvían ante mis ojos un ente por completo abominable. Sumando a esto su lacónica voz; pues era comprensible que para mis adentros yo deseara estar en cualquier otro lugar que no fuera la sla de clases.
Como una melodía burda y monótona; la voz del profesor escupía palabras hipnóticas que todos los pupilos al compás transcribían en sus cuadernos. Parecían casi petrificados, completamente inmóviles salvo el brazo que movía el lápiz. Yo, como emergiendo de un Oceano de Brea para poder respirar, logré zafarme del fatídico hechizo pedagógico y escapar, volando por la ventana.
Me depósite suavemente sobre el pavimento, pero no me conformé con eso, y comenzé a elevarme. Pasé por sobre los edificios sofisticados, por sobre las casonas antiguas; atravecé con mi alma más allá del cordón periferico de Santiago de Nueva Extremadura, y desnudándome de la abulia y la alienación; dejé por fin atrás la Ciudad.
Llegué, exhausto por el viaje; al desierto. Detuve mi vuelo salvaje a orillas de un Oasis, procuarando algo de agua para mi espíritiu sediento.
Tras beber un largo sorbo me percaté de la sútil figura arrodillada junto a la laguna. A medida que me acercaba a ella los detalles iban siedno más claros: Llevaba un vestido rojo; y roja era también su cabellera. Arrojaba cangrejos muertos al agua, y de vez en cuando se detenía para construir castillos de arena que ella misma derrumbaba.
Por fin estube junto a ella.
-¿Cómo te llamas?
Ella no me escuchaba. Estaba absorta en su rutina. tarareaba bajito un fandango familiar.
No aparté mi vista de ella, fascinado por su inútil trabajo. En la superficie del agua bailaban los tentaculos de algún calamar metafísico. Finalmente, ella se percató de mi prescencia.
-¿Quién eres?
-Yo...
No supe contestar.
La Niña, de mejillas sonrosadas y rodillas peladas comenzóa reirse de mí; con una risa fresca que empapaba mi corazón marchito, renovándome y refrescándome aún más que el agua del Oasis.
Ella apuntó mi pecho y preguntó:
-¿Qué tienes ahí?
Bajé lentamente la miarada ya al ver por primera en milones de años mi pecho descubierto, contesté:
-Alegrías, penas, Glorias y esperanzas. Grandes exitos..y fracasos. Tengo Rosas con espinas y Fotos en Blanco y Negro. Cicatrices de esas que solamente sana la Muerte.
Se puso seria.
-¿Y por qué te guardas todo eso?¿Por qué no lo hechas afuera?
-Yo... No puedo. Tengo miedo de que la gente vea mi desgracia.
-Pero aquí no hay gente.
Y entonces comprendí. Cerré los ojos y dejé que todo saliera. Mis costillas se abrieron como un clavel en primavera; y de en medio de mi pecho comenzaron a brotar no cientos, si no que miles de zorzales y gorrioncillos, volando hasta perderse en el horizonte, dejando las penas atrás. Y el aire se llenó de la suave música de estos animales. Y reí. Y lloré.
Caí de rodillas, agradecido, dejando de lado al fin el miedo al ridículo, despejando y depurando mi espíritu siames, hasta que el último gorrioncillo escapo por el agujero de mi carne desgarrada y abierta entonando un sútil Lam.
Me incorporé y miré a la mococilla a los ojos.
-Gracias
Ella abrió la boca para decirme algo, pero su voz sonó distinta esta vez.
-¡López!¡Al pizarrón!
El mundo volvió a cobrar forma a mi alrededor. Mis compañeros se reían. Aparté los ojos de la ventana y salí al frente.
Me proponía resolver el problema planteado por el Profesor cuando noté las miradas horrorizadas puestas sobre mí. Lentamente bajé la vista y noté la enorme mancha de sangre en medio de mi Camisa. Alzé los ojos y comenzé a reir. Mis compañeros bajaron a su vez los ojos y uno a uno se dieron cuenta que cada uno de ellos ostentaba en medio de su pecho la misma mancha que evidenciaba la existencia de aquel mundo interno, la necesidad de aquel exorcismo a orillas del Oasis. Todos reímos, alegres y trsites por primera vez en la vida. Limpios al fin, por primera vez en la vida.
-¡¿Pero qué significa todo esto?!- el profesor se incorporó, indignado por el derroche de surrealismo que se había destado en su clase. Yo lo mire y sólo pude sonreír. También el llevaba como una medalla aquella mancha de sangre, abierta en medio de su pecho como una flor exquisita.

1 comentario:

L.P. dijo...

esta wea si q está sexy!!!