-Ahí está el Demonio que no me deja Dormir.
Ricardo señalaba hacia el velador continuo a su cama. Mientras hacía esto; su cuerpo se estremecía por completo.
-¿Desde hace cuántos días que está aquí?
-No lo sé- Ricardo lloraba- ¡No lo sé! He perdido la cuenta del tiempo, de las horas... Creo que hace una semana que no duermo, pero ahora no distingo bien un día de otro. Todo me parece sólo una horrenda noche interminable.
Lo miré con lástima. Luego dije:
-Sal.
Ricardo era un hombre bromista, yo le conocía. Y se veía abatido, casi apunto de quebrarse. Su historia era inverosímil, pero había que creerle. Sólo podía creerle. En condiciones normales, me habría pedido que le aclarara si lo que le pedía era que saliera o que me trajera cloruro de sodio. Pero ya dije que no se hallaba en condiciones normales. Estaba irreconocible. Apáticamente, casi por inercia, se dirigió a trompicones hasta la puerta.
-Esperame afuera. Yo me haré cargo de todo.
Una vez que me hallé sólo quize prepararme para el "sahumerio", pero no tenía idea de qué debía hacer exactamente. Ricardo estaba desesperado y había acudido a mí, y yo no quería defraudarlo. Así que por hacer algo me quité el chaleco y la camisa, quedandome con una camiseta sin mangas. Luego cogí la guitarra de Ricardo y comenzé a tocar una suave melodía. Nunca había escuchado esa canción, pero me parecía conocida. La música brotaba dulcemente del instrumento, deslizandose sin esfuerzo a través de las cuerdas. Estaba muy concentrado tocando, cuando sentí una caricia suvisima en el hombro. Me volví sobresaltado.
Frente a mí se hallaba, desnuda, la mujer más hermosa y sensual que había visto en mi vida. Su magnificiente estampa era coronada por una refulgente cabellera escarlata. Sus carnes enjutas y sus formas finas, delineadas y redondas obnibulaban mi mente. Sus ojos felinos se clavaban en los míos mientras sus labios finos se me acercaban suzurrando mi nombre con lascivia, invitandome a colgarme de sus caderas o acariciar sus senos blancos. El aire estaba completamente impregnado con el aroma dulzón de su escencia vaginal.
-Ven, ven a mí, tómame- Acariciaba mi rostro con suavidad y acercaba su boca cada vez más a la mía- Ven...
Entonces me estremecí. Sentí como si un puñal de hielo se hubiera abierto paso a través de mi cerebro.
-¡NO!-grité, apartando al demonio de mi lado- ...Aléjate.
-¿Por qué me rechazas, amor mío? Sabes que lo quieres. Sabes que lo necesitas- su mirada se volvía más y más intensa- Sabes que no puedes vivir sin esto...
Mi cerebro bullía a cien revoluciones por segundo, comprendí que me doblegaría, que moriría allí mismo, castrado o destripado, si no hacía algo. Y mi instinto sabía que sólo se podía frenar un impulso maniatico con otro impulso aún mayor. Así que en medio de mi desesperación cogí una silla del escritorio de Ricardo y me abalanzé freneticamente sobre el Demonio, golpeandolo con una rabia ciega, desfigurandola horriblemente, destruyendo hasta el último ápice de atractivo que tuviera.
Al cabo de unos minutos me detuve, horrorizado al darme cuenta de lo que acababa de hacer. Contemplé espectante la masa poliposa y deforme de visceras y huesos rotos en la que se había convertido aquella mujer. Y fue entonces que aquella sustancia visceral pareció cobrar vida, y comenzó a moverse; regenerandose e incorporandose poco a poco, como una película stop-motion. La libidinosa mujer que hacía unos instantes yo había reducido a carne molida volvía a hallarse frente a mí, pero ya no había ni el más remoto asomo de erotismo en su mirada. Sus ojos brillaban inyectados en ira, como dos braceros infernales.
-¡¿POR QUÉ HACES ESTO?!¡¿POR QUÉ TE RESISTES ANTO?!- chillaba como una loca y comenzó a romper las cosas de Ricardo-¡¿POR QUÉ NO SÓLO TE ENTREGAS?!
-No. No quiero. Largate. Busca otro lugar y déjame en paz. A mi amigo y a mí. No sé, veta a la Legua, quizás allí encuentres mucha gente con ganas de fornicar o de morir.
La succubus parecía compugnida, contrariada quizas por algo que era incapaz de comprender.
-¿Por qué?-hablaba sola, casi en suzurros- ¿Por qué sucede esto? No lo entiendo... primero él y ahora tú... Se Resisten... no se cómo se resisten. Él también fue incapaz de sucumbir- me miró, y había miedo en su mirada. Lo siguiente fue un maullido casi inaudible:- ¿Estaré perdiendo mis facultades?
Por un momento, la ingente amenaza que representaba el demonio pareció desaparecer. Era patético. Me produjo lástima. Pero no se podía uno fiar nunca, nunca con ellos. Confiarse podía ser la diferencia entre morir o triunfar.
-Te mataré. Te mataré Cien veces, cien veces hoy, cien veces mañana, y así hasta que ya no te queden fuerzas para regenerarte. Hasta que ya no halla magia en tus venas.
Volvió a mirarme a los ojos. En su mirada se conjuban el horror y la ira.
-No puedes ganar.
-Ya lo hice.
-Ingenuo- quizo atacarme, pero se detuvo al ver que yo me arrimaba a la silla- ¡No! No es necesario. Pero entiendelo. Yo también quiero vivir.
Una succubus. Un demonio que visita a los hombres desde tiempo inmemoriales, asumiendo la forma de una excitante mujer, y se nutre del vigor del macho, ahogandolo en su sexo hasta matarlo de la manera más monstruosa que exista. Intente alejar de mi mente la imagen de Lëowald, el caballero andante que había reventado por el recto luego de haberse entregado a una succubus. Las leyes del Infierno le prohiben a los demonios el tomar las cosas por la fuerza, los dones deben ser entregados voluntariamente. Es por eso que siempre tientan a la gente, inventando metodos para obtener lo que necesitan.
-Esta bien- dije mientras me dirigía la velador que Ricardo había señalado durante nustra conversación- Hagamos un trato.
No sé bien qué impresión le habré causado a Ricardo al salir de la habitación, pero se acerco a mí muy ansioso para preguntarme:
-¿Qué pasó?¿Lo viste?
-Si-dije- No volverá a molestarte. Luego de una pausa- Acompañame.
Nos dirijimos al patio, en donde le señale a Ricardo que debía traerme parafina, papeles y un tarrito. Entonces abrí la mano, que traía empuñada desde que había salido de la habitación. Adentro llebava una repugnante bola de mugre, hecha de pelusas, cabellos y una materia viscoza parecida al petroleo.
-Esto-dije-es el corazón del demonio. Hay que quemarlo.
Entonces encendimos el tarro, y hechamos dentro aquel abominable bolo. Durante la combustión se elevaron llamas azules y verdes, y brotó un penetrante olor a pobredumbre y azumagado.
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