6.12.12

En la Máquina

    Cuando estás en la cárcel, lo mejor que puedes hacer para espantar el aburrimiento es mirar por la ventana y fumar. Mi celda no tenía ventanas ni yo cigarros, así que me aburría de muerte. Eso hasta que conocí a Braddock. Braddock era un tipo alto y moreno y gay. Pensé que me quería violar.
- No te ofendas. Eres guapo y todo eso, te pareces a James Dean. Pero no eres mi tipo. A mi me gustan más grandes, más musculosos. ¿Entendí'?
    El asunto es que nos hicimos amigos. Eso ayudó bastante. Por un lado, el conocía ya los caminos de la cárcel y era más fácil sobrevivir gracias a él. Por otro, todos sabían que Braddock era puto, y pensaban que yo era su zorra. Mejor, así no intentarían violarme. Braddock era flaite, pero al menos sabía de libros y películas. Conversábamos bastante, horas a veces. Yo lo escuchaba, escuchaba sus criticas literarias y cinéfilas, cosas que a nadie más le interesaba, escuchaba sus problemas personales, y el a cambio me escuchaba y me conseguía cigarros. Me hubiera gustado tener una cajetilla entera. Pero tres cigarros cada dos días tenía que funcionar.
- ¿Por qué caíste?
    Yo había hecho algo que no viene al caso contar y por eso termine en cana. Braddock robaba autos en Reñaca y los vendía en Olmué. Un día los pilló una vieja (ya era conocido) y lo metieron en cana al toque. Eso fue. Pero el problema es que, al igual que a mí, lo mandaron a esta puta prisión cuasi experimental que nosotros llamamos "La máquina de picar carne". Es horrible. Tránsfuga. Violenta. Al principio pensé: mejor esto que la peni. Pero ahora creo que mejor ser apuñalado por un punga bebedor de mate que estar en este infierno perdido en Temuco. Lo que sea. Tendré que aceptar mi destino no más.
    Lo peor era la Fábrica. Allí nos hacían trabajar con materiales pesados, haciendo piezas de metal para quién sabe qué cosa por un "sueldo" irrisorio (eran como 15 lukas por un mes entero de jornada pesada). Al menos podíamos comprar un par de cosas cuando venían las vistas. Claro que a mi nadie me visitaba. El hermano de Braddock me compraba cigarros y libros, eso si. Valía la pena esperar una semana, aunque siempre pensé que un día me iba a cagar.
    Así se arrastraban los días de a poco en ese matadero. Algunos eran asesinados por riñas internas, otros terminaban derivados a la clínica tras ser apaleados por los gendarmes. Nunca vi a nadie salir libre.
    Mi condena era de siete años, pero sabía que nunca saldría de ahí.
    Luego conocí a la Susy. Susana. La Sucia.
    Me estaba fumando un cigarro cerca de la reja que divide hombres y mujeres, cuando oí que me llamaban.
- Hey.
    Me hice el hueón.
- Hey, guapo de cara, ven.
    Me volteé. Apoyada en la reja estaba una mujer de no se cuantos años. ¿Tendrá treinta, veinticinco muy carretados?, pensé. Era alta y plana y tenía el cabello color pajizo. Llevaba solo la parte de abajo del uniforme caqui que nos daban en la Máquina, para arriba tenía una polera sin mangas que dejaba ver sus varios tatuajes.
- ¿Regálame un cigarro?
- Chúpalo.
- Regala pos conchetumare.
    Y así, de esa forma tan civilizada, nos hicimos amigos. Nos veíamos a veces en la fábrica. Le tuve que explicar que no era gay. No me gustaba, la hallaba muy fea, pero aunque hubiera querido no hubiera pasado nada. Los gendarmes nos vigilaban a todas horas. A ella no le hubiera importado un buen polvo. Cómo ella misma me narró, se hizo lesbiana luego de estar tres años en la cárcel, pero en realidad era más por frustración sexual que por otra cosa. Le conté por qué caí y luego ella me explicó que se dedicaba a reducir especies en el barrio alto, cerca de Las Condes. Un día unos tipos con los que trabajaba trataron de cagarla y ella apuñalo a uno con un portaminas. La raja, le dije. Pensaba que iba a terminar en la peni, pero al igual que al Braddock Jiménez y a mí, la derivaron al experimento. Hablábamos bastante. Me acordé que una vez un amigo me había dicho que en las cáceles te organizaban por "peligrosidad", y que aunque en parte tenía que ver con tus papeles, también tenía que ver con cosas estúpidas, como por ejemplo, tener tatuajes. Yo tenía ambos brazos tatuados, de mi época de niño hardcore. Braddock y Susy también estaban tatuados. Quizás por eso nos habían mandado a aquel inodoro con nombre de cárcel. Le narré mi primera noche en esa cárcel, en el calabozo oscuro, acostados en fila esperando alguna respuesta en la oscuridad. Recuerdo que había un niño con cara de inocente acostado al lado mío, y a su lado, un pato malo. En mitad de la noche se lo empezaron a violar. El niño se aferraba a mí buscando ayuda. Los gendarmes hacían oídos sordos a sus gritos de dolor y desesperación. Entonces me aburrí y le pegué la choriá al pato malo. Ahí se calmó. Vi gratitud en los ojos del niño. Pero vi algo más. Vi su vida destrozada. Le dije a la Susy: a mí que me maten antes de violarme. Me dijo: no seai weon, el poto se te recupera, la vida la perdís para siempre. Pero no le hice caso.
    Los días se arrastraban lentamente en aquel tugurio infecto. Un día me pelié con la mafia peruana. Eran tres, se metieron algunos compañeros míos. Arremetí con mis puños contra uno de los peruanos hasta que su cara quedó irreconocible.
- Era - Me dijo Braddock - ahora te van a querer pitear y no yo voy a poder hacer nada pa impedirlo.
    Me derivaron a confinamiento solitario por una semana. Cuando estás en la cárcel, lo mejor que puedes hacer para matar el tiempo es mirar por las ventanas y fumar. Y yo ahora no tenía ni ventanas no cigarros. Me aburría de muerte. Me entraron ganas de escribir. No tenía lápiz ni papel, pero tenia todas las paredes para mi solo. Me quite un zapato y lo gasté hasta que dejo una marca en la pared. Repetí el proceso hasta lograr hilar una frase coherente:
    "RECORDAR ES UNA FORMA DE HACER JUSTICIA"
    O semi coherente.
    Seguí escribiendo hasta que no tuve en mis manos más que una masa amorfa que alguna vez fue un zapato. Entonces me quité el otro y comencé de nuevo. Cuando ya no tuve zapatos, me rompí los dedos y escribí con mi sangre. Seguí escribiendo hasta que me desmayé.
    Estaba cometiendo demasiadas estupideces, en el fondo estaba buscando a la muerte para casarme con ella, porque estaba aburrido de aquel lugar. Los gendarmes se enfurecieron al ver lo que había hecho, así que me apalearon hasta dejarme medio muerto y luego me llevaron a presencia del alcaide.
    Mira que es rara la vida. Yo estudié con él en la universidad. Se ve que llegó más lejos.
- ¡Guachito! ¿Qué haces acá?
- Hola, García.
    Revisó mis papeles. Suspiró. Me dijo que podía ayudarme con un par de cosas. ¿Qué necesitas?, me dijo. Cigarros. Ah, eso es fácil. ¿Qué más? Le conté lo que había hecho hasta ese entonces y me respondió cómo responden los burócratas: Haré todo lo posible, blablablá, pero no te prometo nada, blablablá, te puedo ayudar, blablablá, pero si tratan de matarte no me puedo meter. Eso pensé. Volví a mi zona ese mismo día. Pero yo ya estaba pensando en algo.
    García era nuevo, al anterior alcaide  lo había destituido por no se qué cosa de acoso sexual o algo así. Había varias cosas que no le gustaban pero estaba atado de manos y blablablá. Yo pensaba en lo que pensaban todos los reclusos: no era imposible escapar de aquel infierno, pero estaba tan aislado que te cazarían y acribillarían antes de avanzar un kilometro. Tenían perros y vigías y un montón de hueas. Necesitarías caballos, o un auto, y aparte, necesitarías dinero. Todos sabían dónde estaba el dinero. En la caja fuerte, en el ala oeste de la cárcel. Nadie la protegía: estaba reforzada, y sin herramientas era imposible abrirla. A menos que supieras la clave. Tenía un tablero digital que hacía imposible tratar de adivinarla.
    Contrario a mis expectativas, no intentaron matarme. Esperan el momento, supuse. Me arriesgué. Jugué básquetbol, me metí de voluntario para el aseo, trabaje doble jornada en la Fábrica. Nada. Estaba seguro, al menos de momento.
    Entonces llegó Ahmed.
    Ahmed era un amigo de infancia, musulmán o algo así, de mi barrio. Fuimos juntos al colegio. Cayó por estafa o algo así. No entraba en el perfil de peligrosidad de nosotros. Era un tipo delgado, algo calvo y con unas gafas poto de botella que le daban el peor aire de nerd de la historia. Hablé con él. Y entonces supe dos cosas: la razón por la que estaba ahí con nosotros, y que las cosas se iban a poner de feas a horribles.
    Ahmed era una de las personas que había ideado esa cárcel. Se valió de artimañas y contactos para su aprobación. Y al verse envuelto en el delito, sus contactos le dieron la espalda y lo mandaron al infierno que el mismo había creado. Pero aquello no terminaba allí. Ahmed sabía la clave de la caja fuerte.
- A menos que la hayan cambiado, cosa que dudo. Pero yo la diseñé, y yo la configuré. Soy una de las Cuatro personas en Chile que saben como abrir esa caja.
    Las otras tres eran el ex alcaide; el ingeniero que la armó, y García. Era definitivo. Iba a necesitar de la ayuda de ese soplapollas y no iba a aceptar un NO por respuesta.
    Ideé todo junto a Braddock y Susy. No me iba a ir de allí sin ellos. Cuando les dije esto se emocionaron hasta las lágrimas, y Susy me agarró a través de la reja y me besó apasionadamente. Luego Braddock me agarró y me besó apasionadamente.
- Ni que estuviera tan rico - dije.
    El plan era pedirle a García su auto. El tenía control sobre nosotros, pero yo sabía cosas de él que podían hundirlo. Le prometí que le pagaría cuando pudiera. Luego de mucho deliberar, aceptó a regañadientes. La parte del plan que no le conté es que planeaba saquear la caja fuerte y llevarme todo lo que pudiera de allí, para comenzar una nueva vida lejos de aquella tierra.
    Pero las cosas, cuando pueden complicarse, se complican. Pronto se esparció el rumor de Ahmed, y los reclusos sólo pensaban en dos cosas: matarlo para vengarse del verdugo que había planeado aquella monstruosa locación, o torturarlo hasta sacarle la clave a gritos. Le dije que se quedara junto a nosotros, que si andaba solo por ahí era peligroso. Braddock se puso histérico, dije que en lugar de brindarle protección lo que estaba haciendo era comprometer la seguridad de nosotros. Pero como ya dije, para mi no había salida mala: buscaba la muerte, ambicionaba un escape de aquel lugar, incluso el infierno se me hacía más placentero que esa cárcel.
    ¿La parte en la que todo se fue a la mierda?
    Resistimos todo lo que pudimos. García me prometió lo acordado en una semana. Al quinto día, mientras me dirigía a mi celda, vi abalanzarse sobre mí una mole monstruosa y morena. Era Ulises, el peruano que yo había masacrado. No quería matarme, si no medio matarme, ojo por ojo. Me dejo hecho un cúmulo de piel y ropa ensangrentada y se marchó. Cuando recuperé el conocimiento, pensé en una sola cosa: Ahmed. Lo busqué por todas partes y no lo hallaba. Temí lo peor. Sin esperanzas me dirigí a la zona sur de los patios, en dónde hay bodegas atestadas de maquinaria pesada y un par de árboles. Allí estaba Ahmed, fumando.
- Hueón. Pensé que te había matado.
- Nah. Estaba rezando.
    Volvimos al patio. Vi las miradas de los reclusos sobre nosotros. Supe que ya no podíamos esperar más. Fui dónde García, lo huevié. Me dijo que en realidad sólo le decía que si para que no lo molestara, que sabía que por mucho que yo lo extorsionara eso no valía nada dentro de la cárcel, que ahí no tenía forma de denunciarlo con nadie, y que sólo era cuestión de tiempo para que me mataran. Me enfurecí, y le pegué un combo en el hocico y un par de patada en las costillas.
- Tai equivocao. Acá hay visitas ¿Cierto? Entonces te va a gustar saber que le entregué una carta con todas las indicaciones necesarias a un amigo, le dije que en caso de cualquier cosa la ocupe. Ahí está todo lo necesario para hacer una denuncia anónima acerca de tus compras de coca que me imagino no has dejado, y de tus cotorreos con niñas de doce, que creo que a tu esposa le encantaría saber.
    Se quedó callado.
    Luego dijo:
- Mañana.
- ¿Qué?
- Mañana. Mañana te escapai. Y no volvai nunca o si no yo mismo te mato.
    Había que esperar un día más...
    Esa noche no dormí, y si dormí fue para tener horribles pesadillas de un monstruo de mil caras y mil brazos armados con cimitarras que me perseguía hasta devorarme, y aún así no moría y debía aguantar ser digerido y cagado por la bestia.
    Y al otro día...
    Pasaron muchas cosas, no entendí ninguna, no quiero entenderlas, quiero olvidarlas. García corría hacia mí, gritaba, yo no lo oía, en el patio se había armado un motín, los reclusos habían asesinado a Ahmed y se habían parapetado frente a la Caja Fuerte. Habían quemado colchones en el patio, botado la reja que nos separaba de las mujeres, les habían quitado sus armas a varios gendarmes. Todo era una confusión de caos y fuego y muerte. Corrí hacia el cuerpo de Ahmed. Y lloré.
    La Susy me pegó una cachetada al verme en shock, y solo entonces me di cuenta de que yo tenía algo en la mano: las llaves del alfa romeo de García.
- Hora de irse.
    Enganchamos a Braddock en el camino, aprovechamos la confusión para escabullirnos. Algunos nos siguieron, los gendarmes estaban demasiado preocupados tratando de controlar el sabotaje, pero aún así un par de ellos controlaban que no se escapara nadie. Hubo pelea. Nos hicimos de un fusil de asalto, trepamos las murallas, vimos caer cuerpos, al Braddock lo hirieron en el hombro, saltamos el muro, nos subimos al auto y huimos hacia la libertad.
    Así fue. Algo así. Todo es confuso en mi cabeza.
    Cuando huyes de un lugar aislado, lo mejor que puedes hacer es mirar por la ventana el paisaje y fumar. Y eso hice. Tenía ante mí el paisaje más hermoso del mundo y más cigarros de los que podía fumar.

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