Él. Sentado en el salón demasiado iluminado, mientras los perros le ladran preguntas y extraen cosas de su bolso tratando de interrogarlo, tratando de intimidarlo con sus uniformes y sus armas. Él, riendo indiferente al mundo, esperando que le ladren algo que sea útil, que dé sentido a su vida. Le preguntan por enésima vez por qué hizo lo que hizo, porque creyó ser mejor que los demás, por qué creyó que las leyes y la culpa no lo afectaban. Entonces Él comienza a narrar.
"Fue en aquella fecha
4 de septiembre
cuando aprendí
a decir para siempre
pero con el tiempo comprendí
que aún pese a todos mis esfuerzos
el tiempo no se puede cambiar
y aunque lo quieras nada es eterno"
Pero no responde nada, ladran los perros. ¿Vez esto, hijo de puta? ¿Vez los inútiles objetos que hay en tu bolso? Dinos algo que nos sirva, te vamos a pudrir en la cárcel. Él solo sonríe y continúa con su relato.
"Fue en aquellos meses
en que ni lloraba
cuando aprendí
que no importaba nada
con las alas rotas te encontré
y di mi vida por la tuya
pero una vez recuperada
te echaste a volar como si nada"
En su bolso hay latas de pintura, un cuaderno con anotaciones sin sentido, un par de panfletos anarquistas, un disco de una banda punk, un cuchillo, una foto enmarcada y un lápiz bic negro. En el cuaderno solo está repetida la misma frase hasta el cansancio: "Y que me devoren vivo, porque no tengo lugar, ni sonrisa ni un hogar ni refugio pa' escapar", excepto en la última página, dónde dice "Y tú no estás".
"Sanaba tus heridas
con trozos de mi alma
alimentándote con pedazos de mi corazón
y ahora el muerto soy yo
y no encuentro la calma
y cada noche he de dormir en un cajón"
"y que me devoren..."
Y entonces uno de los perros, el más alto, el rubio, se exaspera y abofetea al interrogado, gritándole, ladrándole que no se haga el loco, que aunque lo haga no se va a poder zafar. Y entonces sucede: Él deja de ser insignificante y cobra la fuerza de mil hombres, Él deja de ser solo un muchacho de veintipocos de zapatillas sucias, jeans gastados, polera estampada y gorro de lana, deja de ser un cuerpo pequeño y herido, deja de ser un adolescente moreno y se convierte en un huracán de caos y entropía, aprovecha la confusión y agarra el cuchillo, noquea al rubio y se le abalanzan dos más, lucha con ellos, los resiste, aguanta de pie los lumazos cargados de ira y de cobardía.
"Llamen refuerzos!" Ladran los perros por sus máquinas de comunicación.
"Llamen a la supervisora!" vuelven a ladrar.
Él se parapeta en su locura y se protege amenazando a los perros con el cuchillo. Ellos esperan, sin decidirse a reducirlo.
Entonces llega Ella.
"Tú!", grita Él, mientras la apunta con el arma.
Y entonces comete un asesinato. Él es la víctima. Utiliza el cuchillo contra su propia garganta, sin quitarle a Ella jamás los ojos de encima. Ella huye, llorando.
La confusión desbarata la mesa, los perros corren hacia el cadáver de Él, que convulsiona en el piso mientras la sangre burbujea desde su cuello y forma un charco bajo su cuerpo. Uno de los perros pasa a llevar los objetos de Él, que caen al piso. La foto enmarcada se hace añicos contra el piso. En la foto, Él y Ella están inmortalizados en un beso.
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