10.12.08

III.-Ad Ovo

Tropieza, cae, se rompe la cabeza y despierta sobresaltado. Así comienza el día de Antonio Burgos, encargado de monitorear la Red en busca de posibles amenazas cibernéticas. Hace siete años comenzó la guerra. Hace cinco llegaron los jóvenes al poder. Y hace tres que no se sabe nada de Ismael Sarrera. El enorme peso de haber sido la última persona que lo vio con vida lo ha torturado a lo largo de todo este tiempo... Pero no es momento de lamentarse. Se levanta de su cama, alejando de su pensamiento el sueño en el que huía a través de un barranco en las Colonias, en donde tropezaba y recibía una herida fatal en la cabeza; y se concentra en sus objetivos para el día, paso a paso: Dejar la cama, vacía y sucia; bañarse, afeitarse, lavarse los dientes y demás enseres relativos a la higiene personal, tomar un escuálido desayuno (tostadas y café, frío para variar y negro como la tinta china), ponerse su tenida de trabajo (¿Dónde están las camisas cuando se les necesita? ¿Habrá aún alguna limpia?) y salir a la calle para tomar la micro que finalmente le llevará a la oficina donde desempeña como Monitor. Una vez sentado dentro de aquel “cómodo” transporte público, se dedica a observar a la gente a su alrededor: Nadie de los allí presentes parece estar feliz, y el frío de aquellos instantes previos al amanecer parece teñir de gris los rostros de sus conciudadanos. Asqueado, desciende del bus al llegar al paradero. Camino al trabajo, compra un periódico y se entretiene leyendo la portada mientras camina: “CHAINGUN CANNONS VISITA CHILE”. Una vez al tanto de los pormenores del advenimiento de la banda de soft-rock británico al país, fija su atención en un segundo encabezado, bastante más pequeño que el primero, en el que aparece su viejo amigo y colega León Scalfaro estrechando la mano del Presidente de Argentina, con la leyenda que reza “Jefe de Gobierno visita Buenos Aires y sale al paso del impasse con los Paramilitares de la Frontera”.Interesado, continúa leyendo mientras atraviesa el zaguán que le lleva al recibidor de las oficinas. “Luego del confuso incidente en el Cruce de los andes, donde terminaron muertos cinco funcionarios del ejército argentino, el jefe de Gobierno León Scalfaro ha efectuado esta mañana una visita diplomática al vecino país, para conversar acerca de los hechos con el presidente Simonelli. ‘Esto no es de ningún modo una disculpa, y no es mi objetivo comparecer ante el gobierno argentino. Mi única intención es aclarar los hechos acaecidos para evitar malentendidos y futuros conflictos’. Pese a las duras palabras del mandatario, esta visita ha calmado los ánimos generados luego del desafortunado incidente. Nuevas informaciones señalan que el número total de muertos sería ocho, los cinco funcionarios trasandinos antes mencionados, más dos milicianos chilenos, y un cadáver aún sin identificar. El jefe de la guardia fronteriza, Carlo Lombardo, ha declarado que en los próximos tres días espera...”. Cerró el periódico, pues ya había leído suficiente, además que ya era hora de trabajar. Al final del amplio recibidor de blancas paredes de mármol y reluciente piso de cerámica, había un escritorio adosado ala pared en donde un par de funcionarias recibían y desviaban las llamadas telefónicas entrantes y atendían a los recién llegados tecleando códigos incomprensibles en sus ordenadores. Todas iban vestidas de azul, con un simpático prendedor dorado adosado al cuello de sus vestónes. Una de ellas, pelirroja natural, delgada y con lentes sin marco se volteó hacia Antonio cuando le vio llegar.
-Identifíquese.
Antonio suspiró. La chica le conocía, pero el protocolo obligaba a repetir la misma absurda pantomima todas las mañanas:
-Antonio Burgos, sector D, ala 5, Número de identificación 9392045747.
La recibidora ingreso los datos en su computador, la que en unos instantes emitió un sonido de aprobación:
-Bienvenido, señor Burgos, que tenga un buen día.
-Si...-masculló Antonio.
Avanzó, como tantas otras veces, a través del umbral que le conducía al pasillo que, a su vez, desembocaba en el ascensor que lo llevaría finalmente a su oficina de trabajo. El ascensorista pareció no reconocerlo. “Piso 3”, murmura Antonio, a la vez que piensa “¿Cómo es posible tanta alienación? ¿En qué momento se perdieron nuestros Ideales?”
Cuando llega al tercer piso, luego de haber atravesado otro par de pasillos para llegar a su ala, no puede evitar esbozar una sonrisa. La habitación de trabajo, amplia, cuadrada, con un inmenso ventanal de cristal que ocupa toda la pared, es el sitio perfecto para concentrarse, para trabajar de manera integra y efectiva. Observa, aunque sólo unos instantes, las cinco hileras de cubículos en los que esta dividida la sala, cada uno equipado con un computador conectado a la red global, anhelantes y dispuestos a buscar los potenciales peligros de la red. Antonio suspira y se encamina a su oficina, un cubículo de 2x3 m3 en donde pasará las próximas ocho horas. Se sienta, enciende el ordenador, y mientras este se carga, sigue hojeando el diario. Inevitablemente regresa al artículo de León, su viejo amigo, colega, camarada, aquel que le dio aquel puesto en la Central, que conoció como joven idealista, y que ahora no veía más que en reportajes que lo mostraban como un amargado jefe de gobierno, más preocupado de mantener el orden que de cambiar la situación del país de una vez por todas. Sombrío, cierra el diario y trata de contemplar los hechos con objetividad, tasando cada pequeño acontecimiento y cada macro-incidente dentro de su bullida cabeza.
Hacía ya siete años que EE.UU. le había declarado la guerra a China, argumentando que aquel país poseía armas de destrucción masiva y que el gobierno había estando pasando a llevar los derechos humanos. Alguna gestión suavizo la intervención de la ONU y pronto el conflicto armado estallo de manera casi evidente, aunque todas las noticias, tanto de bloque occidental como del oriental, llegaban tergiversadas y al final era muy poco lo que se podía sacar de todo aquello. No pasó demasiado tiempo para que ambos contendores buscaran aliados. Alemania, Rusia y las naciones del Golfo Arábico se coludieron con China para hacer frente de una vez por todas y para siempre al Imperio Yanqui. Inglaterra y Francia decidieron ayudar a los Estados Unidos, pero no parecían tan seguros al momento de actuar. Pronto el conflicto llegó a tierras hispanas, debido a la repercusión económica que tuvo la guerra (llamada por algunos “la Guerra del Siglo XXI”) y varios países entraron en Crisis. Argentina debió devaluar su moneda, lo que significo grandes pérdidas para el país. Venezuela obtuvo el monopolio del mercado petrolero, ya que los Turcos se hallaban imposibilitados de ejercer el comercio. Aprovechando la confusión, estalló una guerra civil en Bolivia que concluyó con el asesinato de presidente y del primer ministro y la llegada al poder de la indiada altiplánica. En Chile este conflicto tuvo consecuencias insospechadas.
Tras cincuenta años de ausencia en el gobierno, los conservadores habían retomado el poder, pero el país se hallaba sumido en la histeria colectiva al contemplar el monstruoso deja-vú que desfilaba ante sus ojos: Una nueva Guerra Fría, una nueva Crisis económica y su consiguiente recesión, y un quiebre en el gobierno, traía a la memoria, más nacional que personal, el oscuro periodo de la Dictadura Militar, que en circunstancias parecidas había tomado el poder para reestablecer el orden... a altos precios.
A partir del 11 de septiembre de 1973 que el pueblo chileno es un tanto sensible a materias políticas y crisis sociales, por lo que la expectativa de una nueva Guerra Fría y las repercusiones que podría tener sobre la nación no pudo más que suscitar al caos y la confusión. La interrogante se dibujaba en los rostros del grueso de la población ¿Quién gobernaría sobre Chile ahora? El retorno de la a esas alturas casi inexistente Concertación al poder estuvo marcado por la tragedia. Protestas aprovechando la suavización del Gobierno terminaron de manera violenta en casi todos los casos, muriendo tanto jóvenes como policías, la mayor parte de ellos inocentes... No pasó demasiado tiempo para que el presidente dimitiera de su cargo, presionado por toda aquella confusión. Sin embargo, nadie parecía tener el valor para hacerse responsable de la inestable nación. La gente no confiaba en los Militares ni en los emisarios estadounidenses, debido al miedo de vivir ellos el horror que ya debía de quedar atrás. Los sobrevivientes de la Concertación no recibieron apoyo alguno, y los Conservadores estaban más preocupados de rescatar la mayor cantidad posible de dinero que de reestablecer la armonía al país. El futuro se veía lúgubre, Chile moría a la edad de 214 años...
Todo hubiera terminado allí, y la amarga lucha que Lautaro y Pedro de Valdivia libraron durante trescientos años habría sido en vano si en ese momento no se hubiera alzado un grupo que nadie esperaba ver, y al que todos parecían haber olvidado: Los Jóvenes.
Pero no era cualquier grupo de Mocosos (peyorativo sobrenombre que los mayores les asignaron) el que se erguía entre la multitud, llamando a la calma. Era, como el analista político Demian Rocabado llamaría posteriormente, una juventud nueva. Insensibles al miedo irracional de los mayores a la Dictadura Militar (proceso que ellos no habían vivido y que para ellos no era más que un cuento), su poder de organización heredado de sus padres que lucharon, a sabiendas de la derrota, por una mejora en la educación pública, dio confianza a la descorazonada gente y terminó por llevarlos al poder. En un comienzo solo había puestos artesanales que los Mocosos ocupaban para repartir comida, alojamiento y atención pública, ya que los hospitales y los negocios se hallaban paralizados. Nunca se supo de donde sacaban aquellas provisiones, aunque tiempo después se rumoraría algo de un saqueo... Con el tiempo la misma gente los llevaría a la cúspide política, pese a los alegatos de parte de los Conservadores y los remanentes de la Concertación. La idea de que aquellos niños llenarían de nuevas propuestas al país alentó a la población y finalmente, el 4 de agosto del 2029, León Scalfaro, líder de esta organización, sería elegido por aclamación en la Plaza de Armas.

Antonio abrió los ojos, luego de aquel profundo racconto histórico. Habría seguido divagando acerca de las repercusiones y que tuvo aquel proceso socio-político, y todos los conflictos que debió enfrentar para llegar a lo que tenía ahora a su alrededor, que podría decirse era una estabilidad social optima. Sin embargo, alejó esta idea de su cabeza luego de observar el reloj y decidir que ya era tiempo de trabajar un rato.

A las 15:30 hrs. Antonio vuelve a mirar su reloj, cogido de sorpresa por la suave música que anuncia cambio de turno. Apaga su ordenador, y espera mientras los procesos se guardan y archivan dentro de aquella ficticia masa de información. Al apagarse el último fotón de la pantalla, un joven sombrío y triste, de mirada atormentada y cabellos revueltos, algo desgarbado y encorvado por los años sentado frente a un monitor y bastante mal alimentado aparece en el lugar en que debería estar su reflejo. Luego de observarse unos instantes, Antonio Burgos se levanta, coge el periódico y emprende el largo camino a casa.

3 comentarios:

Lupus dijo...

la verdad es que he quedado muy satisfecho con este "Ad Ovo" revisado, decidí que había metodos más efectivos para prescentar al que será el personaje principal y asu entorno, y luego derivar, de manera coherente, a un resumen del contexto historico de la historia. Ahora, si fueran tan amables de dejar su comentario...

S.H.G dijo...

cuando iba por la mitad me decidí que el anteior era mejor, pero cuando comenzaste a relatar la historia y lograste hilarlos fue lo que me convenció para quedarme con esta última.

PD: vestones no lleva tilde...

Unknown dijo...

que haciai en el blog de Ortega, culiao ? xD

me meto a internet para escaparme de ustedes y me los encuentro a cada rato, pobre de mí, pobre de mí, nadie me entiende (º_º)