27.11.12

La Obra Maestra de Benjamín Ortega, pérdida e inconclusa.



    Benjamín Ortega ha muerto. Era un buen en cabro. No era muy brillante que digamos, pero era un buen cabro. Era mi amigo, lo que habla bastante mal de él. Confiaba en mí, lo que habla bastante mal de él.
    Lo conocí a los catorce, cuando yo era un pendejo medio emo y medio hardcore que no sabía que hacer con su vida y que se veía horrible tratando de emular a Henry Rollins o a Dennis Lyxzén siendo moreno y bajo y crespo. En esa época yo tocaba batería con Neruda está Sobrevalorado, dónde Carlos Cavieres hacía voz y bajos y nos mandoneaba a todos lados por ser tres años mayor que nosotros. La banda era pésima, y consistía mayoritariamente de covers a Los Prisioneros y malos plagios de Pearl Jam. Sin embargo, teníamos un tema distinto, un tema raro. Un tema que compuse una noche que no pude dormir y que vomité sobre las hojas de un cuaderno de matemáticas a las 4:30 de la mañana, y que de algún modo era nuestro placer culpable tocar. Se titulaba En el Jardín está Enterrada María; y si mal no recuerdo iba más o menos así:

    Aún recuerdo aquellas noches
    Nuestra rara danza ritual
    No te buscaba ni tu tampoco
    pero siempre coincidíamos en algún lugar
    Frente al metro o en la plaza
    tu con tus buitres, yo con mis cuervos
    era un baile cósmico
    De Caos y de distorsión
    a dónde fuimos a parar
    no recuerdo mucho más
    el vino nublaba mi razón
    atrapado entre tus labios
    preso de tu mirada
    debías ser sólo mía, pero nunca lo fuiste
    nunca lo serás
   
    En el Jardín está enterrada María
    bajo las amapolas que una vez sembré
    las flores crecen hermosas
    al nutrirse de su cadáver y su soledad
    tras el sauce que crecía en aquel lugar
    descubrí una lúgubre figura
    era el árbol de Judas
    y era yo el que colgaba de él
   
    Esas noches no dormí,
    desperté a la hora convenida
    a las 5 de la mañana
    siempre nos encontrábamos en algún lugar
    frente al metro o en la plaza
    tomé el cuchillo que guardo
    debajo de mi almohada
    abrí mi cabeza y con el y dejé salir
    todos los demonios y miedos y penas que tenías
    así fue cómo nació esta canción

    Un día nos presentamos en el auditoria de no sé que chucha, y ahí estaba el Benja. Obviamente detestó nuestra banda, pero tras nuestra presentación, cuando le estábamos dando a la cerveza, se acercó a Carlos y le dijo que se había enamorado del tema. El Carlitos le explicó que en realidad el tema no era suyo, que lo había compuesto yo. Y ahí, pese a todas las diferencias, siendo yo un hueón que soñaba con la escena del punk y el hardcore posmoderno y el un tipo atrapado en el rocanrol de los 60's, nos hicimos amigos.
    Nos veíamos muy seguido, hablábamos de cine, de música y de lo demás. Entonces decidimos hacer un proyecto, un proyecto de banda hibrida con él en Teclado y yo en batería. Nos llamábamos Ausencia del Héroe, y grabamos un solo ep de 3 temas que debe andar perdido por ahí. Sus melodías eran fantásticas, algo a lo que yo nunca podría aspirar, inspirado por David Bowie, por los Doors y por Rush. Las letras las ponía yo, y todas hablaban de lo mismo: de evasión y de muerte.
    Luego maduré y me concentré en muchas otras cosas y abandoné a los Neruda, pero seguí viéndome con Benjamín, aunque ya no tocábamos juntos. Cambié mi forma de pensar, odié a mi yo de los 14 años y odié también mis canciones desastrosas. Un día fuimos a una tokata con el Benja, en un Galpón que quedaba en Pudahuel. Ahí vimos a los Neruda, sólo que algo era... distinto. Carlos, y los demás se veían terribles, cómo si no hubieran dormido en años y sólo se hubieran dedicado a beber mercurio. Sus canciones... ya no eran plagios a Pearl Jam, eran terriblemente oscuras y mórbidas, meciendo al público nihilista con sus hipnóticas y desgarradas voces y sus descarnadas armonías. En ese momento Benjamín y yo nos miramos, y creo que ambos nos sentimos pésimo.
    Luego vinieron otras cosas, entré a la universidad y me aferré a los estudios, por lo que dejé de ver a casi todas mis amistades de esos años, incluso a Benjamín. Cuando lo volví a ver, sentí la misma sensación desagradable que percibí cuando volví a ver a Los Neruda. Parecía al borde de un colapso nervioso, me preguntó por mi vida y le dije que bien, no me quejo. Luego el se explayó en sueños y visiones alucinantes que había tenido durante aquél último tiempo, y que lo único que había hecho era componer. Cuantos temas, le dije. Ninguno, estaba avocado en componer un sólo tema perfecto, imperecedero, que superara a sus ídolos y que lo alejará por fin de la sombra de En el Jardín está Enterrada María, al ser él quien pusiera la letra. Me preocupé y lo acompañé a su departamento, en dónde vivía solo desde que se había peleado con su madre .Hablamos un rato y luego me pasó unas copias de las llaves de su departamento por si quería ir a verlo, ya que el casi siempre estaba encerrado componiendo y no escuchaba cuando lo llamaban. Viaje a Lo Prado, a su anterior casa que quedaba cerca del metro Neptuno. Ahí su madre me dijo que desde hacía bastante tiempo que Benja se comportaba de manera errática, que casi no dormía ni comía y que parecía absorbido por la música. Mujer evangélica, asoció todo al satanismo "inherente" a la música rock y a las malas juntas que quizás lo hacían beber quién sabe que cosa y fumar marihuana. Me despedí de ella muy turbado y le prometí que vigilaría a Benjamín.
    No lo hice. Seguí encerrado en mi pequeño mundo intelectualoide y luego un día simplemente supe que había muerto. Benjamín Ortega, gran músico incomprendido de nuestra generación, se había suicidado lanzándose al Mapocho. Los que rescataron el cuerpo mencionaron algo curioso: en la mano derecha, empuñada, llevaba una hoja de papel que por el agua se había disuelto.
    Fui al funeral y al entierro y luego soñé con él. Soñé que tocaba en el teclado la canción más hermosa que he escuchado: primero una sinfonía simple, luego las armonías, los juegos de sonidos que se sentían como agua en el cerebro... y luego, comenzaba a cantar. Yo sabía que era él, pero no lo veía por ningún lado. Su voz era rasposa y carente de talento, pero tenía tanto corazón puesto en esa canción que daba lo mismo. Y la letra... la letra era terrible, mágica, absorbente, hermosa y destructiva como el mar. Luego desperté, aún tenía la melodía resonando en mi cabeza. Pero olvidé la letra por completo. Y era tan cautivante, tan sofocante, que creo que comencé a desquiciarme. Todos los días intentaba recordarla, me pasaba horas aferrado a la guitarra tratando de recordarla, emulaba los beats en la batería... pero nada funcionó. Lego recordé la llave, y fui a visitar su ahora vacío departamento.
    En su dormitorio, plagando los muros, escritas con plumón y creo que algunas incluso con sangre, amándose y odiándose entre sí, había frases al parecer sueltas, pero luego de una atenta mirada era posible percibir un cierto orden dentro del caos que daban forma al poema musicalizado más grande de la historia: el tema que oí en mi sueño. Pero... estaba incompleto. Faltaba la frase final, sin la cual el preludio inmenso y enmarañado de lírica quedaba vacío, como un cuerpo sin alma. La frase final era tan atronadora como un martillo golpeándote justo en el pecho, haciendo añicos tu corazón, destruyéndote por completo para dar paso a lo único que queda en pie: las lágrimas.
    Me retiré rendido, pero antes, prendí fuego a su departamento. Nadie debía conocer la locura que yo había atisbado. Ahora sé qué había en el papel que Benjamín empuñaba el día de su muerte.
    Hoy por hoy soy un mendigo, y deambulo por lo que creo que es la Alameda, buscando incesantemente aquella frase perdida, y escribiendo este testimonio mientras me quede algo de cordura.


Este cuento se me ocurió hace más o menos un año, y durante todo ese tiempo lo he tenido en mi cabeza. Sin embargo, decidí postergar su creación debido a que, como una depredadora vuelta de tuerca de la realidad, un amigo muy cercano mío aficionado al arte poetica, literaria y músical, se suicidó unos meses después de que se me ocurriera. Si bien lo ideé con otras personas en mente, quería dedicarselo a él, y tratar de no pensar que la trágica coincidencia tenga algo que ver.

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