23.12.08

V.- Consecuencias

El Dragón de Siete Cabezas había dejado de existir hacía bastantes años, aunque durante mucho tiempo su sola mención causó pavor entre las personas. Sobre todo considerando que su nombre solía escucharse en medio de frases como “El Dragón de Siete Cabezas desea verte” o “Eso no hará más que enfurecer al Dragón”. Claro que esto no hacía más que suscitar carcajadas entre aquellos que comprendían la real implicancia de este mitológico reptil. De hecho, les encantaba repartir la errónea creencia en la existencia de algún tipo de secta satánica.
El nombre lo había propuesto Ismael, y a Domingo le había encantado. Él siempre se había sentido inclinado hacía aquellos epítetos simbólicos, además de su honda satisfacción al verse por fin en medio de una especie de logia secreta que controlaba todo desde las sombras. También había sido idea de Ismael el que todos los miembros tuvieran un sobrenombre que los identificara. Cada cual quiso asignarse a si mismo el suyo, por lo que para mayor objetividad se creo una comisión externa que se los diera. Así, entre comisiones, reuniones secretas y conclaves ocultos pasaron los días de los que en pocos años se convertirían en los dirigentes del país. Este heterogéneo grupo se caracterizaba por dos grandes rasgos: sólo tenían una mujer, y ninguno de los miembros excedía los diecisiete años.
Domingo Nayar, Carlo Lombardo, Salvador Malraux, Vladimir Santos, Sara Solar, César Kostis e Ismael Sarrera eran las siete cabezas del Dragón imaginario. Durante la gira de estudio que tuvieron a mediados de mayo del 2019 le fueron asignados los nombres que los acompañarían durante el resto de sus vidas. Los miembros que se los otorgaron finalmente fueron asignados dentro de la organización juvenil, pero nunca dejó de respetarse aquella célula primigenia, que con el tiempo, y tras la expulsión de Sarrera y Malraux, pasó a llamarse Alta Esfera. Dentro de aquella “segunda generación” se encontraban Antonio Burgos, Francesca Noah, León Scalfaro, Alberto Derain, Marmaduke Burton, Ángela Alighieri, Europa Stevens, entre muchos otros que con el tiempo fueron relegados a papeles cada vez más secundarios. Sólo Alberto y Marmaduke permanecían vigentes, el resto o había muerto o estaba desempeñando labores menores.
Todo parecía marchar bien, hasta que de repente Ismael comenzó a actuar raro. Faltaba cada vez más a las reuniones, se mostraba distante y ausente, su novia y sus amigos dejaron de verlo. Luego, un día, apareció en las Colonias para entregarle un mensaje a Antonio, antes de desaparecer perseguido por una horda de Paramilitares. En ese entonces ya había sido vedado de la organización, y todo sus aportes pasaron al olvido. Desaparecido en acción, no fue recordado siquiera como mártir.
Sara Solar, solitaria y triste como una chica huérfana, remembraba todas estas cosas mientras observaba las fotos de la gira de estudio. A esa misma hora, Antonio Burgos paseaba por la Alameda reflexionado burdamente, enfrascado en pensamientos pseudo-existencialistas.

Camina tristemente. Es un engendro. Un semi-hombre. Decide finalmente que es un hombre. Arrastra los pies, y se los mira. Se le desatan las agujetas. Se agacha a amarrárselas, en eso pasa un auto veloz a su lado. Mira a su alrededor: Esta cerca de los Héroes, por allí transcurrió su juventud cuando aún no les llegaban las repercusiones de esa Gran Guerra que a fin de cuentas le valía un carajo. Se siente triste, muy triste, y solo. Solo como un oasis en medio de desierto, como un viejo abandonado y olvidado en algún asilo por sus familiares, por aquellos a quienes crió y educó. Respira hondo, luego suspira. Cierra los ojos, pero una gruesa bofetada de hollín y smog le llega en la cara al pasar una de esas micros a su lado. Tose y se asfixia, no puede creer lo patético que resulta ser así. Si tan solo hubiera alguien a su lado... todos sus amigos estaban muertos, asesinados sistemáticamente por un enemigo invisible. Toda la gente que alguna vez lo pudo ayudar había sido apartada estratégicamente de su vida. Se sentía pequeño e insignificante como un peón en un tablero de ajedrez, esperando ser devorado, sacrificado o canjeado en cualquier momento; su existencia no valía nada. Sigue dejando sus pasos vagar hasta llegar a Estación Central. Pasa por el lado de la USACH, donde hace unos años estudió periodismo, y en donde conoció al que sería su gran consejero y apoyo, Ezequiel Noguera. El joven de barba rizada y cabello tempranamente entrecano deseaba revolucionar la televisión desde adentro, por eso se hallaba estudiando aquella materia tan venida amenos. Antonio le había señalado que más le hubiera valido meterse en comunicaciones o conseguir algún pituto, pero Noguera creía ciegamente en que la oportunidad le llevaría a la gloria. Ezequiel, como los otros, había muerto, pero había dejado grandes cosas tras de si. Tratando de recordar los momentos junto a su mentor, Antonio comienza a internarse en las calles colindantes a la Universidad, dejándose llevar por las solitarias avenidas que se alejan de la vena principal. Se voltea y observa, alo lejos, la Torre ENTEL, tan callada y silenciosa como siempre.

La Torre también es observada por Sara, que se asoma a la ventana buscando un respiro. Es una mujer dura, pero por dentro es tan frágil como cualquier otro ser humano. Su sobrenombre en la agrupación era la Huérfana, nombre que por un tiempo le vino perfecto, pero que en realidad era sólo una verdad a medias. Su padre la abandonó a ella y a su madre cuando sólo tenía dos años. La abnegada mujer luchó por sacar adelante a su hija, enrostrándole todos sus defectos como un modo de vengarse del padre, a quien se asemejaba con creces. Marta Quiroz, madre de Sara, murió cuando la joven iba a cumplir los quince años. Esta condición de abandono era desconocida por el Dragón, así que nada tuvo que ver con su nombramiento. Este se debía más a su aire melancólico y solitario que reflejaba una falta de cariño congénita. Al cumplir los veintiuno había viajado a Nueva York a conocer a su padre, que en toda su vida no se había dignado más que legarle un apellido. Sara sólo tenía el nombre: Arsenio Solar, el hombre que su madre había esperado pacientemente hasta morir, según los médicos, de tuberculosis, según ella, de dolor. Arsenio resultó ser un hombre triste y solitario, pero no sintió lástima por él: No se la merecía. Comprendió, en cuanto lo vió en el umbral del apartamento en que se alojaba, que no la había buscado por curiosidad o por amor. Su padre se había visto viejo, sólo, y sintió en la espalda los arañazos de la muerte, cada vez más próxima. Al comprender que no le quedaba mucho tiempo en este mundo, decidió atar los cabos sueltos, y obtener no sólo el perdón de quien con justa razón lo odiaba, si no también, de paso, un poco de compañía. La mayor sorpresa de Sara fue constatar lo realmente parecidos que eran, factor que causó el florecimiento de múltiples sentimientos encontrados. El trato despectivo de su madre hacia ella se debía a aquella funesta similitud; cada vez que Marta miraba a Sara, no veía en ella más que al hombre que había jugado con su corazón para luego traicionarlo. Arsenio trató de hablar con Sara, pero ella fue muy franca: Estaría en el país el tiempo justo, y no lo pensaba perdonar. Sólo había ido para conocer el rostro del hombre que asesinó a la distancia a su madre, envenenándola con el sutil pero mortífero veneno de la desgracia. El anciano de cabello blanco y ojos celestes no profirió queja alguna ni trató de defenderse, cosa que enfureció aún más a Sara. Lo consideraba horrible, rastrero, patético. Antes del regreso de la Huérfana a Chile, Arsenio Solar sacó de debajo de su roñoso colchón las escrituras que lo acreditaban como dueño de un condominio en California. Sara recordaba muy bien aquel último encuentro. Aquella fue la última vez que lo vio. Después de eso, solitario anciano murió. No quiso confesárselo a su hija, pero ya lo sabía desde hacía cinco años. Nadie fue a su funeral, ya hora el condominio pertenecía a Sara. Murió de cáncer.

Antonio escucha atentamente el relato de Sara. A eso de las seis de la tarde se juntaron para evadir juntos la soledad que produce la enajenación. Ya era cerca de media noche. La botella de wisky reposaba llena hasta la mitad en la mesa de centro. Sara se levanta en ese instante y se dirige a un estante que hay tras ella, de donde trae una foto que entrega a Antonio. Este la observa con curiosidad. Allí, inmortalizados en papel fotográfico, recortados contra el cielo nocturno de Nueva York, Sara y un anciano con aire a Clint Eastwood sonríen a la cámara. En el fondo se puede apreciar la majestuosa luminaria de la Torre de la Libertad. Algo en aquel edificio llama la atención de Antonio, pero no logra identificarlo. Pronto pierde interés en la fotografía del viejo triste y solitario pero no de la chica delgada que ahí aparece. En lugar de seguir contemplándola en papel, deja la foto a un lado y fija sus ojos en la original, que se encuentra guardando las fotos de la gira. Antonio alcanza a recoger una que ha caído al piso, y no puede evitar una sonrisa. Allí están los seis amigos que antaño iban a todas partes juntos, que parecían hermanos o algún tipo de bizarra familia. De izquierda a derecha: Vladimir Santos, alto, delgado, con su gran nariz de vinicultor y el brillo de sus ojos grises reflejando alguna alegría secreta; Ismael, más bajo que el resto, de espaldas anchas, delgado y risueño, con sus negros rizos escapando de su gorro de lana; Francesca, una dulce sonrisa recorría su rostro y embellecía su expresión melancólica, su brillante y liso cabello negro enmarcaba su rostro que evocaba la antigua Grecia; Domingo cubría sus ojos con lentes oscuros, se había cortado el cabello, lo que daba la impresión de tener algún tipo de marine al frente, su enorme figura resaltaba entremedio de los demás, y en su rostro había una sonrisa tranquila y deferente. La foto la completaba Sara, con una expresión algo irónica en su rostro. Antonio no dejó de notar el detalle de su ropa: vestía a la usanza punk, imagen que contrastaba enormemente con la líder miliciana que ahora tenía enfrente.

Le sorprendía lo mucho que había cambiado Sara en tan pocos años. Una chica rebelde convertida a la causa de León; una niña indefensa metamorfoseada en una mujer de armas tomar. Esto le llevo a reflexionar en lo mucho que habían cambiado las cosas en esos últimos años, en donde el ritmo de vida se volvía cada vez más espeso, como si se encontrara nadando en medio de una piscina llena de melaza. Su vida seguía siendo igual de aburrida y rutinaria que antes, sólo que ahora sus amigos estaban muertos y cada noche debía acostarse con el miedo de morir en algún estallido interno durante la noche. Recordó que durante un tiempo equilibró dos mundos: el del colegio y el de sus talleres, y durante ese tiempo, fue feliz. Recordó, con cierta nostalgia, que alguna vez tuvo un amigo, quizás el único durante aquel difícil periodo, y que ahora se hallaba muerto, con el esqueleto completamente corroído por las carcomas y cubierto de alguna materia fungosa, sumergido en alguna desembocadura desconocida del Bío-Bío. Su cabeza daba vueltas, vueltas al rededor de la nostalgia y la inocencia perdida, en la lluvia de cadáveres, y algo (un corazón, un pulmón, quizás) se rompió en su interior derramándose a través de los ojos, como cálidas lágrimas que por primera vez en mucho tiempo cruzaban su rostro seco de tristeza.

Sara se acerca a Antonio, y aplasta delicadamente una lágrima en la mejilla de este. Luego lo abraza, mientras el atormentado niño-hombre se deshacía en sollozos. Lo estrecha contra su cuerpo, más pequeño que el de Antonio, lo mima, lo protege, así como ella se sintió protegida, en otro tiempo, en otros brazos. Algo dentro de ella, un corazón, quizás, se rompe... entonces comprende, y mientras el agua salada rueda por sus mejillas, besa a Antonio en la boca con la mayor delicadeza que le es posible, mientras murmura:
-Yo también lo extraño, Antonio.... yo también lo extraño.

Y así las heridas comienzan lentamente a cubrirse con una fina capa de estabilidad, de aquella frágil sensación de refugio que durante tanto tiempo buscaron los dos, mientras por el piso comienzan a rodar las ropas de ambos, y la cama de Sara se llena de sexo, sudor y lágrimas.

5 comentarios:

R. Rubio dijo...

finalmente cambiaste el color de la letra. ya, si me alcanza el tiempo voy a seguir

S.H.G dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
S.H.G dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ocioso dijo...

O_o

S.H.G dijo...

Después de la medicina milagrosa xD puedo pensar objetivamente. Me gustó, encuentro que vas cada vez mejor, narrando la historia desde distintos aspectos.