-¿Y cuánto falta?
Sobre ellos el sol brillaba con un candor crudo y seco, que rescrebajaba la tierra y deshidrataba los cuerpos. A cada paso que daban una pequeña nube de polvo se elevaba desde el suelo, introduciéndose luego en sus ojos al ser mecida por el viento. El paisaje era sobrecogedor: Majestuosas montañas de cubiertas de helechos espinosos, flores diabólicas y espinosas coronaban las desoladas mesetas de aquellos inhóspitos parajes. Hasta donde llegaba la vista, sólo había cerros y más cerros, muchos de ellos cortados abruptamente casi como con cuchillo, abriéndose paso a las profundas gargantas en donde el infernal sol era incapaz de llegar. El enorme desierto montañoso parecía devorar los pensamientos febriles de aquellos que usurpaban aquella tierra prohibida.
Antonio iba cerrando la marcha guiada por Sara Solar, feliz de que lo hubieran sacado de esas monótonas oficinas de la Central, pero algo irritado por haber salido fuera de Santiago. Hombre sedentario y abúlico, detestaba aquellas largas caminatas tortuosas que tanto disfrutaban sus amigos. Sara era una auténtica aventurera, y si estaba exhausta por el viaje, lo sabía disimular muy bien. Tras ella iba Bartolomé Rojas, alto y delgado, optimista y afeminado, con su cabello rojo artificial desordenado excepto en su jugoso mechón, escuchando fuerte su música scream0 en su MP5 y observando todo desde atrás de sus gafas de policía. Bartolomé vestía con una polera blanca cruzada por rayas negras y un pescador color caqui que dejaba al descubierto sus famélicas y pálidas pantorrillas. Lo seguía en la procesión Elvira Malatesta, cuya oscura piel resaltaba contra el pálido polvo que cubría aquellos cerros. Vestía como exploradora o algo así, con jockey, sus gafas de sol, su sudadera encima de la camiseta sin mangas y unos pantalones cortos que dejaban ver sus fibrosas piernas de pantera. De vez en cuando se llevaba a la boca la cantimplora que traía en su bolso. Varios pasos más atrás se encontraba Antonio Burgos, la única persona lo suficientemente estúpida como para ir a escalar cerros en camisa y corbata.
Al parecer el viento se llevó la pregunta de Burgos, pues ninguno de los ahí presentes se dio la molestia de contestar. Luego de gritar tres veces lo mismo, Sara se volteó, mirando a Antonio con sorpresa, como si aquel joven encorvado de rostro ovalado acabara de aparecer ante ella mediante algún tipo de generación espontánea.
-¿Qué dijiste?
-Dije- repitió Antonio por cuarta vez- que cuánto falta.
Sara se quedó pensativa nuevamente, con la mirada perdida en algún punto de infinito. Luego volvió la vista al frente y dijo:
-Ya no mucho. ¿Ves aquella meseta?-al decir esto, acompañó las palabras con gestos, indicando con el índice el lugar al que se refería- allí es adonde debemos llegar. Ya apenas faltan unos cuarenta minutos más de caminata.
“¡Cuarenta Minutos!” .Antonio se sobresalto, extenuado por aquel gasto de energía tan desacostumbrado para su cuerpo. Sin embargo, decidió callarse. Sara era conocida por su mal carácter y su obstinación al momento de decidir algo. Siguió arrastrando los pies a la vez que tosía y sollozaba ahogado por las nubes de polvo.
Cincuenta y siete minutos más tarde Sara y los suyos llegaron a la cima de aquella meseta. Fue allí donde Antonio Burgos desplomó su humanidad a la sombra de unos sauces, reventado por el árido ambiente y el indolente sol. Miró los cerros que se alzaban hacia el horizonte: hacia allá, en medio de alguna tortuosa ruta, estaba el camino que lo dejaría en Til-Til. Sara y el resto del equipo no lo dejarían ir hacia allá, por supuesto... Sonrió al imaginar lo heterodoxo que se vería el grupo para alguien que no conocía la misión. Un niño freak de melena colorada, una morenaza exploradora y una policía rubia, junto a lo que parecía un ejecutivo venido a menos. Pero cada integrante había sido cuidadosamente elegido para desempeñar su papel en aquel acto, aunque por más que le daba vueltas, Antonio era incapaz de comprender que mierda hacía él allí.
No le habían informado nada, salvo que debería acompañar a Sara y a los otros a aquel terreno irregular lleno de malezas resecas y espinosas, aunque de todos modos el paisaje resultaba hermoso, con aquel límpido cielo azul cruzado de vez en cuando por esponjosas y diáfanas nubes cubriendo aquella vasta intersección entre el cielo y el infierno. Para cuando abandonó estas reflexiones, el resto del equipo ya no estaba alrededor de él. Se habían alejado, internándose dentro de la meseta en lo que parecía ser un grupo de árboles muertos y tostados por el sol. Antonio se unió a ellos mientras removían aquel depósito natural de madera seca, descubriendo lo que parecía ser una plataforma cubierta por el polvo y la maleza, y disimulada a propósito con aquellos árboles caídos. Aquel piso artificial estaba hecho con tablas y resultó ser una especie de portezuela que conducía a algún sótano excavado en la meseta de aquel paisaje precordillerano. El hallazgo pareció sorprender sólo a Antonio. Daba la impresión que tanto Sara como los otros esperaban encontrar aquello justo allí. Una vez más Antonio se sintió humillado al percatarse de lo realmente poco que sabía de aquella misión.
Sara hizo una seña a los demás para que la siguieran escaleras abajo, a la vez que desenfundaba una subametralladora UZI. Era una mujer delgada y desgarbada, de cabello pajizo tomado en una cola de caballo. Su rostro era delgado y alargado, con pálidos ojos de un celeste claro, vestida con el uniforme azul que caracterizaba a la división militar de la Central. Su duro mirar envejecía su expresión, pero en realidad sólo tenía 24 años. Sara Solar, Líder de la Escuadra de Avance de la Central, había estado en la organización juvenil desde el principio, y era sumamente respetada incluso por León Scalfaro. Pero el reciente incidente con los Paramilitares de la Frontera en la que se había visto involucrada había mermado su reputación. El hecho de que la hubieran enviado a ella en aquel asignamiento y no algún otro miembro de la Escuadra, ayudaba a suponer que León deseaba tener a Sara lejos de la Central durante algún tiempo, por lo menos hasta que se calmaran los ánimos.
El resto del equipo descendió tras ella por las escaleras de hormigón erigidas en aquel sitio por algún albañil clandestino. La joven iluminó el lugar con su linterna, examinando las paredes hasta topar con un interruptor de luz. No muy convencida, se acerco a él y lo accionó. De inmediato el lugar se iluminó bajo la pálida luz de los tubos fluorescentes.
El estupor de Antonio Burgos creció ante la visión que se desplegaba ante a sus ojos. Frente a él se extendía un largo pasillo de paredes blancas y piso de cerámica, que no podía corresponder a nada más que algún tipo de hospital o consultorio. “Esto no tiene sentido”, pensó Antonio. Luego, olvidando el respeto de subordinado, preguntó:
-¿Qué es este lugar?
Sara le dirigió una mirada con tristeza. Al parecer ese lugar le traía malos recuerdos.
-Esta- dijo sombríamente- era una clínica clandestina utilizada para experimentar con nuevas armas biológicas.
La historia de aquel laboratorio secreto enclavado en las entrañas de aquellos cerros era realmente terrorífica. Alrededor del año 2009 hubo dos alumnos de la Facultad de Ciencia y Medicina de la Universidad de Chile que deseaban experimentar un nuevo tipo de arma bacteriológica, un germen que eventualmente podría usarse como arma en caso de alguna Guerra... El decano de la Universidad prohibió sus investigaciones, por lo que aquellos jóvenes, cegados por la temeridad y la inconciencia de la adolescencia, establecieron aquella clínica clandestina en donde podían seguir sin ser molestados sus investigaciones poco ortodoxas. En poco tiempo lograron desarrollar sucedáneos de gas mostaza y fosgeno, pero realmente su ambición quería más: deseaban desarrollar un virus mortal y efectivo, totalmente incapacitante. El real alcance que tuvo el avance de las investigaciones de los jóvenes universitarios es desconocido, ya que en el año 2014 Miguel Ángel Catrileo, uno de ellos, abandonó el país con rumbo desconocido. Tiempo después, el otro científico implicado, Sebastián Andrews, fue encontrado muerto en su apartamento, con el rostro completamente desfigurado por causas desconocidas. La autopsia no arrojó nada. Al día siguiente del traslado del cadáver a la Morgue, el Instituto Médico legal fue quemado. Tampoco se aclararon las causas del siniestro, aunque se descubrió un acelerante de origen incierto, que tenía ciertas similitudes con la nafta. La elaboración que presentaba el lugar demostraba todo el tiempo que los científicos habían invertido allí. Quizás en los primeros años aquello no era más que un sótano con piso de tierra y un par de vigas. Pero seguramente, con el correr del tiempo, fueron reclutando gente y ganando dinero, por lo que se vieron capaces de convertir aquel horrible lugar en una verdadera base de investigaciones.
- Fascinante-murmuró Antonio-pero aún no entiendo que vinimos a hacer aquí.
- Necesitamos conocer que tan lejos llegaron Catrileo y Andrews en el desarrollo de aquella peste mortal. Bartolomé tratará de rescatar algo de los ordenadores que aún sirvan, aunque la mayoría son modelos del año 2000, lo que nos pone las cosas aún más difíciles. Será difícil trabajar con computadoras tan arcaicas.
-Muy bien. Entiendo que Bartolomé y tu hayan sido requeridos para esto ¿Pero qué mierda me toca a mí? ¿Por qué no puedo simplemente irme a mi casa?
Sara le dirigió una mirada de reproche a Antonio, pero fue Elvira quien rompió el incómodo silencio.
- Aunque quisiéramos, ya no te podemos dejar ir, sabes demasiado. El mismo León ordenó incluirte en esta misión, pues necesitaba a alguien de confianza. ¿Acaso olvidaste qué estudiaste en la USACH? Eres un periodista, tú deberás presentar el informe de todos los hallazgos y percances de esta encomienda. Te trajimos para que seas el testigo que deje constancia de los acontecimientos.
- Muy bien, muy bien. Eso ya me quedó claro. Pero hay otra cosa que no entiendo.
Elvira suspiró. Sara se adelantó, irritada, pero Bartolomé la detuvo.
- Déjalo-dijo- es mejor que tenga la mente clara para que no olvide lo que tiene que escribir.
- Muy bien, aquí voy. Lo que no entiendo es por qué precisamente nosotros fuimos enviados en esta misión, siendo que en la Central disponen de equipos expertos en esto y perfectamente preparados para cualquier traspié.
- Yo puedo responder eso-la voz correspondía a Sara- León deseaba que sólo gente de su confianza efectuara este asignamiento, por un asunto de confidenncialidad.
León, León, León. Eso parecía ser su respuesta para todo, pensó Antonio irritado. Se preguntaba como podía un hombre tan ocupado como el Jefe de Gobierno tener tiempo para señalar al dedillo a los encargados de efectuar tal o tal tarea. Intuía que alguna otra persona había hecho la selección, y había dado el nombre de León sólo para justificar su decisión.
El resto del día se fue en recolectar evidencias y rescatar información decodificada. Sin saber si el trabajo había resultado realmente fructífero, Antonio tomaba notas de los cada pequeño detalle que acontecía. El hallazgo de un par de esqueletos humanos aún con sus ropas de trabajo llamó la atención de Elvira, que había sido enviada allí como forense. La curiosidad de Antonio se dirigió hacia uno de los cuerpos, de cuyo cuello colgaba una brillante cadena de oro. Ayudó a Elvira a guardar los restos dentro de una bolsa para facilitar su traslado a la Central. Luego todo continuó de manera metódica, con Antonio reflexionando en los inútiles que resultaba a veces trabajar para la Central, con días completamente perdidos.
No fue si no hasta horas después, cuando se hallaba tendido en su cama luego de haberse dado una ducha, cuando su mente comenzó a hilar los pequeños hechos que hasta el momento habían pasado desapercibidos: El vago recuerdo de un artículo de periódico en donde al parecer se hablaba de un encuentro armado entre unos ladrones desconocidos y los guardias fronterizos; los rumores del robo de algún tipo de arma con fines terroristas; el anuncio del gobierno chino del desarrollo de un virus que cambiaría el rumbo de la Guerra; y las lejanas noticias que anunciaban los desmanes ocurridos en EE.UU. en la que los soldados morían en medio de espantosas convulsiones. Antonio cerró los ojos intentando calmarse. Se levantó y preparó una taza de Mate, alejando de su mente aquellos oscuros pensamientos y sus fatalistas conjeturas, intentando no pensar que aquel acaudalado millonario chileno que acababa de llegar de China hacía tres días no era en realidad Miguel Ángel Catrileo con un nombre falso.
Sobre ellos el sol brillaba con un candor crudo y seco, que rescrebajaba la tierra y deshidrataba los cuerpos. A cada paso que daban una pequeña nube de polvo se elevaba desde el suelo, introduciéndose luego en sus ojos al ser mecida por el viento. El paisaje era sobrecogedor: Majestuosas montañas de cubiertas de helechos espinosos, flores diabólicas y espinosas coronaban las desoladas mesetas de aquellos inhóspitos parajes. Hasta donde llegaba la vista, sólo había cerros y más cerros, muchos de ellos cortados abruptamente casi como con cuchillo, abriéndose paso a las profundas gargantas en donde el infernal sol era incapaz de llegar. El enorme desierto montañoso parecía devorar los pensamientos febriles de aquellos que usurpaban aquella tierra prohibida.
Antonio iba cerrando la marcha guiada por Sara Solar, feliz de que lo hubieran sacado de esas monótonas oficinas de la Central, pero algo irritado por haber salido fuera de Santiago. Hombre sedentario y abúlico, detestaba aquellas largas caminatas tortuosas que tanto disfrutaban sus amigos. Sara era una auténtica aventurera, y si estaba exhausta por el viaje, lo sabía disimular muy bien. Tras ella iba Bartolomé Rojas, alto y delgado, optimista y afeminado, con su cabello rojo artificial desordenado excepto en su jugoso mechón, escuchando fuerte su música scream0 en su MP5 y observando todo desde atrás de sus gafas de policía. Bartolomé vestía con una polera blanca cruzada por rayas negras y un pescador color caqui que dejaba al descubierto sus famélicas y pálidas pantorrillas. Lo seguía en la procesión Elvira Malatesta, cuya oscura piel resaltaba contra el pálido polvo que cubría aquellos cerros. Vestía como exploradora o algo así, con jockey, sus gafas de sol, su sudadera encima de la camiseta sin mangas y unos pantalones cortos que dejaban ver sus fibrosas piernas de pantera. De vez en cuando se llevaba a la boca la cantimplora que traía en su bolso. Varios pasos más atrás se encontraba Antonio Burgos, la única persona lo suficientemente estúpida como para ir a escalar cerros en camisa y corbata.
Al parecer el viento se llevó la pregunta de Burgos, pues ninguno de los ahí presentes se dio la molestia de contestar. Luego de gritar tres veces lo mismo, Sara se volteó, mirando a Antonio con sorpresa, como si aquel joven encorvado de rostro ovalado acabara de aparecer ante ella mediante algún tipo de generación espontánea.
-¿Qué dijiste?
-Dije- repitió Antonio por cuarta vez- que cuánto falta.
Sara se quedó pensativa nuevamente, con la mirada perdida en algún punto de infinito. Luego volvió la vista al frente y dijo:
-Ya no mucho. ¿Ves aquella meseta?-al decir esto, acompañó las palabras con gestos, indicando con el índice el lugar al que se refería- allí es adonde debemos llegar. Ya apenas faltan unos cuarenta minutos más de caminata.
“¡Cuarenta Minutos!” .Antonio se sobresalto, extenuado por aquel gasto de energía tan desacostumbrado para su cuerpo. Sin embargo, decidió callarse. Sara era conocida por su mal carácter y su obstinación al momento de decidir algo. Siguió arrastrando los pies a la vez que tosía y sollozaba ahogado por las nubes de polvo.
Cincuenta y siete minutos más tarde Sara y los suyos llegaron a la cima de aquella meseta. Fue allí donde Antonio Burgos desplomó su humanidad a la sombra de unos sauces, reventado por el árido ambiente y el indolente sol. Miró los cerros que se alzaban hacia el horizonte: hacia allá, en medio de alguna tortuosa ruta, estaba el camino que lo dejaría en Til-Til. Sara y el resto del equipo no lo dejarían ir hacia allá, por supuesto... Sonrió al imaginar lo heterodoxo que se vería el grupo para alguien que no conocía la misión. Un niño freak de melena colorada, una morenaza exploradora y una policía rubia, junto a lo que parecía un ejecutivo venido a menos. Pero cada integrante había sido cuidadosamente elegido para desempeñar su papel en aquel acto, aunque por más que le daba vueltas, Antonio era incapaz de comprender que mierda hacía él allí.
No le habían informado nada, salvo que debería acompañar a Sara y a los otros a aquel terreno irregular lleno de malezas resecas y espinosas, aunque de todos modos el paisaje resultaba hermoso, con aquel límpido cielo azul cruzado de vez en cuando por esponjosas y diáfanas nubes cubriendo aquella vasta intersección entre el cielo y el infierno. Para cuando abandonó estas reflexiones, el resto del equipo ya no estaba alrededor de él. Se habían alejado, internándose dentro de la meseta en lo que parecía ser un grupo de árboles muertos y tostados por el sol. Antonio se unió a ellos mientras removían aquel depósito natural de madera seca, descubriendo lo que parecía ser una plataforma cubierta por el polvo y la maleza, y disimulada a propósito con aquellos árboles caídos. Aquel piso artificial estaba hecho con tablas y resultó ser una especie de portezuela que conducía a algún sótano excavado en la meseta de aquel paisaje precordillerano. El hallazgo pareció sorprender sólo a Antonio. Daba la impresión que tanto Sara como los otros esperaban encontrar aquello justo allí. Una vez más Antonio se sintió humillado al percatarse de lo realmente poco que sabía de aquella misión.
Sara hizo una seña a los demás para que la siguieran escaleras abajo, a la vez que desenfundaba una subametralladora UZI. Era una mujer delgada y desgarbada, de cabello pajizo tomado en una cola de caballo. Su rostro era delgado y alargado, con pálidos ojos de un celeste claro, vestida con el uniforme azul que caracterizaba a la división militar de la Central. Su duro mirar envejecía su expresión, pero en realidad sólo tenía 24 años. Sara Solar, Líder de la Escuadra de Avance de la Central, había estado en la organización juvenil desde el principio, y era sumamente respetada incluso por León Scalfaro. Pero el reciente incidente con los Paramilitares de la Frontera en la que se había visto involucrada había mermado su reputación. El hecho de que la hubieran enviado a ella en aquel asignamiento y no algún otro miembro de la Escuadra, ayudaba a suponer que León deseaba tener a Sara lejos de la Central durante algún tiempo, por lo menos hasta que se calmaran los ánimos.
El resto del equipo descendió tras ella por las escaleras de hormigón erigidas en aquel sitio por algún albañil clandestino. La joven iluminó el lugar con su linterna, examinando las paredes hasta topar con un interruptor de luz. No muy convencida, se acerco a él y lo accionó. De inmediato el lugar se iluminó bajo la pálida luz de los tubos fluorescentes.
El estupor de Antonio Burgos creció ante la visión que se desplegaba ante a sus ojos. Frente a él se extendía un largo pasillo de paredes blancas y piso de cerámica, que no podía corresponder a nada más que algún tipo de hospital o consultorio. “Esto no tiene sentido”, pensó Antonio. Luego, olvidando el respeto de subordinado, preguntó:
-¿Qué es este lugar?
Sara le dirigió una mirada con tristeza. Al parecer ese lugar le traía malos recuerdos.
-Esta- dijo sombríamente- era una clínica clandestina utilizada para experimentar con nuevas armas biológicas.
La historia de aquel laboratorio secreto enclavado en las entrañas de aquellos cerros era realmente terrorífica. Alrededor del año 2009 hubo dos alumnos de la Facultad de Ciencia y Medicina de la Universidad de Chile que deseaban experimentar un nuevo tipo de arma bacteriológica, un germen que eventualmente podría usarse como arma en caso de alguna Guerra... El decano de la Universidad prohibió sus investigaciones, por lo que aquellos jóvenes, cegados por la temeridad y la inconciencia de la adolescencia, establecieron aquella clínica clandestina en donde podían seguir sin ser molestados sus investigaciones poco ortodoxas. En poco tiempo lograron desarrollar sucedáneos de gas mostaza y fosgeno, pero realmente su ambición quería más: deseaban desarrollar un virus mortal y efectivo, totalmente incapacitante. El real alcance que tuvo el avance de las investigaciones de los jóvenes universitarios es desconocido, ya que en el año 2014 Miguel Ángel Catrileo, uno de ellos, abandonó el país con rumbo desconocido. Tiempo después, el otro científico implicado, Sebastián Andrews, fue encontrado muerto en su apartamento, con el rostro completamente desfigurado por causas desconocidas. La autopsia no arrojó nada. Al día siguiente del traslado del cadáver a la Morgue, el Instituto Médico legal fue quemado. Tampoco se aclararon las causas del siniestro, aunque se descubrió un acelerante de origen incierto, que tenía ciertas similitudes con la nafta. La elaboración que presentaba el lugar demostraba todo el tiempo que los científicos habían invertido allí. Quizás en los primeros años aquello no era más que un sótano con piso de tierra y un par de vigas. Pero seguramente, con el correr del tiempo, fueron reclutando gente y ganando dinero, por lo que se vieron capaces de convertir aquel horrible lugar en una verdadera base de investigaciones.
- Fascinante-murmuró Antonio-pero aún no entiendo que vinimos a hacer aquí.
- Necesitamos conocer que tan lejos llegaron Catrileo y Andrews en el desarrollo de aquella peste mortal. Bartolomé tratará de rescatar algo de los ordenadores que aún sirvan, aunque la mayoría son modelos del año 2000, lo que nos pone las cosas aún más difíciles. Será difícil trabajar con computadoras tan arcaicas.
-Muy bien. Entiendo que Bartolomé y tu hayan sido requeridos para esto ¿Pero qué mierda me toca a mí? ¿Por qué no puedo simplemente irme a mi casa?
Sara le dirigió una mirada de reproche a Antonio, pero fue Elvira quien rompió el incómodo silencio.
- Aunque quisiéramos, ya no te podemos dejar ir, sabes demasiado. El mismo León ordenó incluirte en esta misión, pues necesitaba a alguien de confianza. ¿Acaso olvidaste qué estudiaste en la USACH? Eres un periodista, tú deberás presentar el informe de todos los hallazgos y percances de esta encomienda. Te trajimos para que seas el testigo que deje constancia de los acontecimientos.
- Muy bien, muy bien. Eso ya me quedó claro. Pero hay otra cosa que no entiendo.
Elvira suspiró. Sara se adelantó, irritada, pero Bartolomé la detuvo.
- Déjalo-dijo- es mejor que tenga la mente clara para que no olvide lo que tiene que escribir.
- Muy bien, aquí voy. Lo que no entiendo es por qué precisamente nosotros fuimos enviados en esta misión, siendo que en la Central disponen de equipos expertos en esto y perfectamente preparados para cualquier traspié.
- Yo puedo responder eso-la voz correspondía a Sara- León deseaba que sólo gente de su confianza efectuara este asignamiento, por un asunto de confidenncialidad.
León, León, León. Eso parecía ser su respuesta para todo, pensó Antonio irritado. Se preguntaba como podía un hombre tan ocupado como el Jefe de Gobierno tener tiempo para señalar al dedillo a los encargados de efectuar tal o tal tarea. Intuía que alguna otra persona había hecho la selección, y había dado el nombre de León sólo para justificar su decisión.
El resto del día se fue en recolectar evidencias y rescatar información decodificada. Sin saber si el trabajo había resultado realmente fructífero, Antonio tomaba notas de los cada pequeño detalle que acontecía. El hallazgo de un par de esqueletos humanos aún con sus ropas de trabajo llamó la atención de Elvira, que había sido enviada allí como forense. La curiosidad de Antonio se dirigió hacia uno de los cuerpos, de cuyo cuello colgaba una brillante cadena de oro. Ayudó a Elvira a guardar los restos dentro de una bolsa para facilitar su traslado a la Central. Luego todo continuó de manera metódica, con Antonio reflexionando en los inútiles que resultaba a veces trabajar para la Central, con días completamente perdidos.
No fue si no hasta horas después, cuando se hallaba tendido en su cama luego de haberse dado una ducha, cuando su mente comenzó a hilar los pequeños hechos que hasta el momento habían pasado desapercibidos: El vago recuerdo de un artículo de periódico en donde al parecer se hablaba de un encuentro armado entre unos ladrones desconocidos y los guardias fronterizos; los rumores del robo de algún tipo de arma con fines terroristas; el anuncio del gobierno chino del desarrollo de un virus que cambiaría el rumbo de la Guerra; y las lejanas noticias que anunciaban los desmanes ocurridos en EE.UU. en la que los soldados morían en medio de espantosas convulsiones. Antonio cerró los ojos intentando calmarse. Se levantó y preparó una taza de Mate, alejando de su mente aquellos oscuros pensamientos y sus fatalistas conjeturas, intentando no pensar que aquel acaudalado millonario chileno que acababa de llegar de China hacía tres días no era en realidad Miguel Ángel Catrileo con un nombre falso.
3 comentarios:
interesante...me gusta esa forma en que narras e pasado usando flashbakcs y demases...
I'm back in town
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